¿CÓMO ACOMPAÑAR LA SEXUALIDAD DE LA INFANCIA?

Recientemente, he vuelto a impartir formación sobre acompañamiento al desarrollo afectivo sexual en la infancia para un grupo de familias. Cada vez que reviso y amplio los contenidos de la formación, me doy cuenta de lo poco y mal que solemos abordar ese tema con nuestros niños y niñas… No por mala intención, sino que nuestra propia historia muchas veces nos limita y nos genera incómodo a la hora de abordar estos temas.  Lo más habitual es que en nuestra infancia nadie nos haya acompañando en este ámbito. O, peor, que fuese un tema absolutamente prohibido e incluso castigado.

Suelo preguntar al inicio de las sesiones qué deseamos para nuestros hijos e hijas en su vida afectivo sexual, y las respuestas suelen ser: naturalidad, confianza, respeto, conocimiento, plenitud, salud. Luego pregunto cómo ha sido la realidad de cada uno en su casa, y la distancia es tan abismal que queda evidente por qué nos cuesta hablar de ello en nuestras familias actuales. Hay que hacer un buen trabajo interno de revisión y cuestionamiento para poder, luego, hablar con nuestras criaturas.

 

¿Cuándo empezar una educación sexual?

Muchas veces me preguntan cuando es el buen momento para empezar a abordar la sexualidad y siempre respondo lo mismo: desde que nacen. Sexualidad tiene que ver con el propio cuerpo, con la biología, con la manera cómo nos relacionamos con los demás; va mucho más allá y más acá de la idea reducida que tenemos los adultos de que sexualidad es genitalidad o relaciones sexuales. Por eso lo primero es tener claro que la sexualidad infantil se refiere a un desarrollo físico-biológico-fisiológico-sensorial absolutamente inevitable y natural, y que sobre ese desarrollo se apoyará una buena parte de su desarrollo afectivo-relacional. Es decir, que si no miramos lo primero, lo segundo se verá influido negativamente en alguna medida.

Más que hablar de educación sexual, me gusta hablar de acompañamiento porque solemos pensar que la educación sexual es una especie de asignatura, que un día les diremos “vamos a hablar de sexo” y daremos una clase magistral sobre el tema, dejando todo muy claro para el fin de los tiempos. Y nada más lejos de la realidad, claro. Estamos todo el tiempo “educando” en sexualidad, con las cosas que decimos, por las caras, gestos y tensión que tenemos ante ciertos temas, con los silencios incómodos, con nuestros propios prejuicios y limitaciones. Eso llega todo el tiempo al bebé desde que nace, y eso está “educando” en su sexualidad. Por eso es tan importante tomar consciencia de lo que nos pasa por dentro, primero, para luego poder estar disponibles en ese acompañamiento.

 

¿Cómo puedo abordar en el día a día la sexualidad de mis hijos e hijas?

Empezando por lo básico: la relación con el cuerpo. Primero, la que una misma tiene con su propio cuerpo, lo acepto o no, lo conozco o no, lo miro o no, me siento conectada o no. Luego, con nuestras criaturas. Porque cuando estamos enseñando las partes del cuerpo, ¡hay ciertas zonas del cuerpo que nunca nombramos! Vamos generando unas zonas fantasmas de las que no se habla (mucho menos se toca). Partiendo de ahí, ¿cómo va a poder construir una relación sana con su propio cuerpo si hay partes que parece que generan molestia a los demás, y mejor las dejamos invisibles? Si podemos ayudarles a integrar todo su cuerpo como una entidad perfecta, natural, coherente, bonita, aceptada, ya estamos haciendo una buena labor.

Hacer de cuenta que no ocurre la auto-exploración corporal o la exploración entre iguales, o negar sensaciones porque nos cuesta permitir, como el placer y el disfrute, son el resultado de una cultura muy marcada por los sentimientos de culpa y de vergüenza asociados a la sexualidad, tanto infantil como adulta. Y, a la vez, proliferan los abusos, la pornografía, el acoso…   Creemos que si hablamos poco de algo, conseguiremos que no exista. Es un pensamiento mágico infantil pero como sociedad lo tenemos ampliamente arraigado. Mejor no hablemos del sexo así protegemos a nuestra infancia…

Pero todo aquello que no se nombra, de lo que no se habla, no alcanza a tener un registro consciente, es decir, queda en un universo sin palabras y sin posibilidad de expresión y de integración. Entonces, en vez de proteger nuestra infancia, lo que estamos generando son presas fáciles para todo tipo de abuso porque nunca tendrán el vocabulario necesario para expresar lo que está ocurriendo, para pedir ayuda, para poner límites al otro ante su propio cuerpo. El mensaje implícito es “si nadie habla de esto, yo tampoco puedo hablar”; “si está mal que yo me toque ciertas zonas, es mi culpa que este adulto me esté tocando”; “si mamá se pone nerviosa con esto, mejor no se lo cuento”, y un largo etcétera de creencias que hacen que nuestros niños y niñas no puedan salir de esa situación.

Educar en sexualidad no es anticiparse a algo en lo que el niño/a no está. Educar en la sexualidad es, ante todo, vivir la sexualidad con naturalidad, como parte indisociable de nuestro ser. Somos, todos, seres sexuales, no es algo externo, ni algo a ser evitado. Educar en sexualidad es permitir que los niños y niñas conozcan su cuerpo, puedan nombrar todas las partes con la misma tranquilidad. Es que, así como exploran sus manos cuando son bebés, puedan explorar sus genitales cuando les surja esa curiosidad innata, y también puedan ver a sus iguales e ir percibiendo las diferencias. Educar en sexualidad es que en familia el desnudo no sea algo prohibido sino nuestro estado natural e innegable. Tenemos un cuerpo, y que los niños y niñas puedan ver su papá y su mamá desnudo les permite ir haciéndose a una idea de lo que irá ocurriendo en su cuerpo a lo largo del tiempo. Poder hablar abiertamente de la menstruación, de la eyaculación, de todos los procesos biológicos de nuestro cuerpo, dentro de la capacidad de entendimiento de cada uno y según los intereses que hayan manifestado. Conozco personas que llegaron a la adolescencia y recibieron su primer menstruación o espermarquia con susto. ¡Nadie les había preparado para lo que iba a ocurrir!

Cuando miramos hacia otro lado en el acompañamiento del desarrollo afectivo-sexual peques les estamos dejando desprotegidos de una información valiosa y esencial para que puedan integrar su propio cuerpo, sensaciones, vivencias, emociones. No hablar de ello también educa en la sexualidad, de una manera muy concreta. Todos los prejuicios que tengamos sobre la homosexualidad, sobre la ropa que lleva esta chica o aquella, sobre los juguetes infantiles para niños o niñas, la manera cómo repartamos las tareas en casa entre el padre y la madre, en fin, TODO educa en la sexualidad. Así que si de verdad queremos que puedan desarrollarse en plenitud, hagamos el favor de mirar hacia adentro e iniciar un trabajo personal – ¿qué tabúes me condicionan?, ¿cómo me siento ante esta situación?, ¿qué opino sobre esto?. Cuanto más podamos limpiar nuestra propia experiencia, mejor podremos acompañar a nuestros niños en su propio descubrimiento. Hablemos, pongamos palabras, demos herramientas para la expresión de lo que sienten y piensan, para que nos puedan compartir incluso las situaciones incómodas que hayan podido vivir. Sólo así estaremos creando el contexto en el que puedan sentirse libres a la vez que protegidos en su sexualidad, en una sociedad que cada vez más les bombardea con información e imágenes inadecuadas y totalmente alejadas de una sexualidad sana, respetuosa y consentida.

Fernanda Bocco



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