¿CÓMO HACER PARA QUE UN NIÑO SE PORTE BIEN?
Es curioso que en el mundo de la crianza y la educación sigamos sosteniendo mitos y falsas creencias que llevan décadas (o siglos) siendo cuestionadas y negadas por la ciencia. Algunas, por suerte, ya van escuchándose menos, como la de que debemos dejar una criatura llorando hasta el agotamiento para aprender a dormir sola (en la actualidad ya hay estudios que ya demuestran las trágicas consecuencias del método Estivill o Ferber).
Otras, todavía permanecen en boca de abuelos, vecinas, incluso tíos y tías, como la de que tener un bebé en brazos mucho tiempo es malcriarle o que dar el pecho a demanda le va a generar problemas digestivos o de otro tipo (el pediatra Carlos González lleva años desmintiendo estas y otras afirmaciones). La propia psicología en ocasiones ha servido para generar confusión o malas prácticas, sobretodo cuando se han tomado algunas técnicas y se han utilizado de manera indiscriminada y sin criterio (como el tiempo fuera o los castigos en general).
La cuestión es que seguimos intentando controlar el comportamiento de nuestros hijos y alumnos con todas las herramientas que nos presenten, sean fiables o no, para que se ajusten a aquello que esperamos – como individuos, como sociedad. Para que se “porten bien”, como decimos cotidianamente.
¿QUÉ ES PORTARSE BIEN?
Esta expresión es tan genérica y poco específica que sirve de cajón de sastre para incluir todo aquello que el adulto de turno considere adecuado o inadecuado. Pero si tuviéramos que resumir lo que ronda nuestra mente con ese término, diríamos que una niña, un niño, que se porta bien es el que duerme mucho, come de todo, no molesta, no se queja, está limpio, no se mueve demasiado, no hace ruido, obedece a todo lo que se le dice y ayuda en las tareas domésticas.
Por el contrario, en esta lógica, una criatura que se porta mal es aquella que demanda presencia del adulto, que llora más de lo esperado, pide ayuda más de lo que la familia puede ofrecer, que no acepta las reglas a la primera, que se frustra ante situaciones difíciles, que siente celos, envidia o enfado y lo expresa de manera enérgica, que quiere correr y saltar y jugar todo el tiempo. Lo que viene siendo un ser humano, vamos.
¿Qué pasa cuando usamos ese filtro de “portarse bien” como una especie de plantilla (muy muy apretada) con la que clasificamos los niños en buenos o malos? Varias cosas. Primero, que estamos transformando lo natural, lo adecuado en diferentes momentos evolutivos, lo que corresponde por maduración neuro-fisiológica, como un problema, algo a ser eliminado. Esto se llama patologizar la vida cotidiana. Segundo, estamos condicionando enormemente la realidad interna de la infancia porque le estamos diciendo “como eres no está bien”, “tienes que ser de otra forma”. Portarse bien o portarse mal imprime un sello que define si esa niña, ese niño, son merecedores o no del cariño y atención del adulto.
Y lo más grave de todo, en tercer lugar: como el infante necesita nuestra atención y mirada para sobrevivir, hará lo que sea para poder recibirla. Incluyendo dejar de escucharse y expresar lo que le ocurre, si eso molesta a su entorno. Lentamente, dejará de funcionar de dentro a fuera (conectado con sus propios sentimientos y necesidades), y pasará a funcionar de fuera a dentro (movido por la aprobación del entorno, adaptándose a lo que haga falta con tal de ser visto). ¡Triste camino!
CLAVES PARA QUE SE PORTE BIEN
Si seguimos buscando solucione de tipo premios y castigos, estamos reforzando esa lógica de la motivación externa (cambiar por una recompensa) y disminuyendo la capacidad de motivación interna. De eso hablé en otra entrada y no me voy a detener demasiado aquí. Sólo decir que aunque estas intervenciones suelan funcionar a corto plazo, haciendo que los niños y niñas cambien su conducta, a largo plazo no sólo no se sostienen (sólo hay que ver lo que ocurre cuando esos infantes llegan a la adolescencia) sino que van en detrimento de su autonomía, autoestima y capacidad de motivarse intrínsecamente, es decir, por si mismos.
Vamos generando un bucle en el que cada vez se necesita más premios o castigos para sostener un cambio de comportamiento, haciendo a las criaturas cada vez más dependientes del entorno y, por eso mismo, menos capaces de regularse por si mismos. Esto, a su vez, hace que se sientan más frustrados, enfadados y agitados, aumentando las conductas indeseadas que los adultos pretendían extinguir.
Entonces…¿qué podemos hacer?
Antes de todo, acordemos que portarse bien significa sentirse bien, estar a gusto. Que portarse bien significa querer aportar a los demás, porque tenemos la necesidad de contribuir y de cuidar al entorno, a las personas. Que portarse bien es estar conectado profundamente consigo mismo y atender también eso que ocurre dentro. Acordemos que portarse bien es algo que ocurre naturalmente cuando las necesidades básicas están atendidas.
Luego, debemos asegurarnos de que lo que estamos pidiendo a las niñas y niños sea realista. Si no tienen aún maduro su sistema límbico, no podemos esperar que “controlen” sus emociones. Si están practicando la motricidad, no podemos esperar que estén quietos. Esto es esencial porque nos recuerda lo arbitrario que es esperar una cosa que el otro no puede dar, y juzgarlo por ello, con todo lo que eso implica.
Partiendo de eso, lo único que realmente podemos hacer es… ofrecernos como un espacio seguro en el que puedan ser y expresarse. Sin rechazar, sin reprochar, sin retirarnos de la relación. Lo que podemos es ser cobijo ante la tormenta de emociones que están experimentando en ese momento, ser palabra que nombra y organiza la maraña de sensaciones y pensamientos que están surgiendo. Lo único que puede llegar a generar un cambio es no exigirlo ni imponerlo. Es acoger lo que hay. Sólo una criatura que se sienta aceptada y querida podrá recorrer un camino de crecimiento.
Texto: Fernanda Bocco
Imagen: autor desconocido