¿CÓMO SOBREVIVIR AL FIN DE CURSO?
Ya estamos por junio, y como todos los años por esta época, aparecen los “síntomas” de fin de curso, tanto para adult@s como para criaturas. Prisa, agotamiento, tensión, exceso de actividades, escasez de tiempo, poca paciencia… Me pregunto si no sería posible terminar un curso escolar de otra manera, más coherente con nuestras posibilidades y necesidades.
Por ejemplo, ¿son necesarias todas las actuaciones de fin de curso? Observo maestras haciendo materiales y organizando exhibiciones y presentaciones por encima de sus fuerzas, habitualmente con el objetivo de mostrar a las familias lo que han preparado y, también habitualmente, pasando por encima del cansancio de las criaturas, exigiendo un “rendimiento” de cara al público que los cuerpecitos ya no están preparados para ofrecer. ¿No seria posible pensar otra manera de incluir las familias, quizás más en el proceso que en el producto final? ¿Podrían participar en las clases a lo largo del curso, acompañando el desarrollo de sus hijos e hijas?
Con niños y niñas un poco mayores, están los viajes del mes de junio, las excursiones largas y con muchos preparativos de por medio. ¿Estarán preparados, según sus edades, para vivir semejante experiencia? En varios casos he constatado como se debatía internamente una criatura entre su deseo de ir y el miedo que le despertaba estar lejos de su familia durante varios días. ¿Es necesario un viaje de esas dimensiones para niños de 6, 7, 8 años? O incluso con los que son un poco mayores, ¿quizás se puedan hacer esas escapadas a fines de mayo, cuando aún no están en la vorágine del final? Porque a todo esto se añaden exámenes y trabajos escolares académicos, que también se agolpan en determinadas épocas.
A todo esto hay que añadir las extra escolares, que suponen una actuación por cada una. ¡Una barbaridad! Si pensamos en la agenda actual de una niña de 7 años, tendrá todo lo del colegio, más dos o tres actividades extra-escolares, cada una con su actuación, más algún viaje, todo ello en un ambiente de adultos enfocados cada uno en su objetivo, gran parte de las veces desconectados de su propio interior y del interior de sus alumnas y alumnos. ¿En qué momento hemos normalizado esta situación?
PROPUESTAS PARA RECONECTAR
Hemos ido generando una cultura del espectáculo, en la que somos evaluados, y evaluamos la infancia, por lo que se hace y sobretodo por lo que se presenta a los demás. Muy acorde con una cultura de productividad máxima, que sólo ve los resultados sin poner casi atención al proceso, al cómo se construyen las cosas. Por eso vemos diversos atropellos con niños y niñas en nombre del producto final, quienes muchas veces llegan al llanto de los nervios y la exhaustión el día de las presentaciones. ¿Cuantas niñas y niños llegan enfermos a las vacaciones? ¿Y las adultas?
Me pregunto si alguien, maestras, familias, criaturas, realmente disfrutan de este tiempo vivido en estas condiciones. Y me permito imaginar un fin de curso pausado, lento, diría perezoso incluso. Con nuestros cuerpos entrando en ritmo de verano lentamente, sin el sprint acelerado del final. Evidentemente es importante un cierre a fin de curso, porque somos seres conectados con los tiempos naturales, con los ciclos, que necesitan aperturas y cierres. Pero invito a que retomemos el significado profundo de un cierre, como ritual que ayuda a delimitar el tiempo, terminar algo para abrirnos a lo que viene, llevar la atención a lo vivido mediante una acción concreta y simbólica para poder agradecer lo que nos ha traído ese año, ese curso, esa experiencia.
En este contexto, priorizaríamos lo que de verdad es importante: la presencia atenta del adulto, el cuidado de los ritmos de cada cual (descanso, alimentación, rutinas), espacios de encuentro en la familia o con amigos cercanos, conversaciones demoradas que ayuden a integrar lo vivido en el curso que se termina, quizás con el apoyo de fotografías o recuerdos de los momentos más significativos. Estoy convencida de que sería mucho más amoroso y coherente un fin de curso desde ese lugar, y entraríamos en las vacaciones con una profunda sensación de tranquilidad interior.
Texto: Fernanda Bocco