Las suaves violencias y la infancia

Siendo psicóloga, siempre me ha interesado la salud mental en general, y en las escuelas en particular. Por la sencilla razón de que, en nuestra cultura, la inmensa mayoría de los niños y niñas pasan por ese espacio, transformándola en un lugar privilegiado para ofrecer experiencias amables y seguras para la infancia.

Pero resulta que no siempre es eso lo que ocurre. Ni en secundaria, ni en primaria, ni en infantil. ¡Ni en infantil! No se puede generalizar ni mucho menos, pero es sorprendente la cantidad de eventos que pueden ocurrir a lo largo del día con una criatura de 2 años que distan mucho de ser experiencias amables y seguras. Muchas veces, en casa se repite lo mismo.

Hemos normalizado a tal nivel esos eventos que nos parece que son algo “menor”, detalles sin importancia en los que no hay que “perder el tiempo”, como si no influyeran inmensamente en lo más importante: el vínculo que las criaturas están estableciendo con ese adulto de referencia. Y ya sabemos cómo influye esa relación en el desarrollo y el aprendizaje de los niños y niñas.

Christine Schuhl llamó a esas situaciones suaves violencias: no son abusos ni maltratos pero son violencias sutiles, aceptadas socialmente, momentos efímeros en los que el adulto (madre, padre, docente) no está conectado con el niño, o se relaciona desde sus expectativas o juicios, sin capacidad de escuchar y leer lo que aquél necesita.

Son “suaves” violencias porque no hay una intención específica por parte del adulto en hacer daño, sencillamente ocurren como consecuencia de nuestra incapacidad de conectar en lo profundo con esa criatura que tenemos delante – porque nos cuesta, porque no sabemos cómo, porque hay otras cosas urgentes que atender, porque creemos que deben seguir un programa o currículo, etc. Pero siguen siendo violencias en el sentido que generan el mismo efecto de cualquier otra violencia: inseguridad, aprensión, angustia, tensión corporal y afectiva.

Veamos de qué estamos hablando concretamente.

SUAVES VIOLENCIAS EN LA PRÁCTICA EDUCATIVA

Suena cruel cuando nombramos las cosas de esa manera, y es natural que nos defendamos afirmando “¡yo no uso violencia para nada!”. Pero si lo vemos en detalle, podemos identificar una, o varias, de estas prácticas en nuestro día a día, en varios momentos diferentes (ejemplos recogidos del libro de Christine Schuhl):

  • Hablar por encima de su cabeza sin tenerle en cuenta.
  • Trasladar a la familia informaciones negativas.
  • Quitarle sistemáticamente el chupete al llegar.
  • Hablar largo rato con los padres mientras los niños esperan.
  • Forzar al niño a hacer una actividad.
  • Meter prisa a los niños.
  • Comentar negativamente las adquisiciones de un niño.
  • Comparar a los niños entre sí.
  • Interrumpir una actividad por cumplir un horario.
  • No dejar a un niño llevarse a casa su “dibujo” porque hay que meterlo en la carpeta.
  • No dejar elegir al niño.
  • Culpabilizarle porque rechaza una actividad.
  • Forzar al niño a comer o hacer chantaje para que coma.
  • Impedirle que coma solo porque se va a manchar.
  • Lavarle la cara con una esponja fría sin avisarle.
  • Rasparle la boca sistemáticamente con la cuchara
  • Comentar sobre la higiene del niño, o su anatomía.
  • Oler el pañal del niño antes del cambio y mostrar repugnancia.
  • No hablarle durante el cambio.
  • Coger a un niño parea cambiarlo sin prevenirle.
  • Impedir a un niño ir al váter.
  • Dejar al niño mucho tiempo en el orinal.
  • Regañar a un niño que se ha hecho caca después del cambio.
  • Hablar a todo el mundo de algo que ha ocurrido a un niño
  • Forzar a un niño a dormirse.
  • No acostarle si tiene sueño.
  • Despertar bruscamente a un niño que duerme.
  • El limpiar los mocos sin pedir permiso al niño.
  • El hablar a los niños desde arriba siempre, sin descender a su altura.

¿A que resulta familiar alguna(s) de estas suaves violencias? Estamos hablando de eventos muy arraigados y normalizados en nuestra sociedad pero que siguen siendo traumáticos para la infancia. Si, estamos hablando de trauma. Nos puede parecer exagerado nombrarlo así porque tendemos a pensar en trauma en términos de grandes eventos, más bien catastróficos o violentos, que cambian totalmente la vida de una persona. Pero estos micro-traumas también repercuten en la salud mental, afectando la autoestima, generando ansiedad, y condicionando, en gran medida, la calidad de las relaciones que se establecerán en el futuro.

Que quede claro: lo de “micro” sólo tiene sentido en cuanto a que describe eventos cotidianos, poco ostensibles, que pasan desapercibidos de manera general, “maquillados” de distintas formas (buena intención, es “sin querer”, etc). Y justamente por eso se repiten una y otra vez en el tiempo, ejercidos sobretodo por personas importantes en la vida del niño o niña.

Para más gravedad aún, la principal característica del micro-trauma es que aquél que lo imparte le resta importancia y lo niega (“tampoco es para tanto”, “a mi me lo hicieron y salí bien”), negando también el sufrimiento que ocasiona y dejando a las criaturas más solas y expuestas aún al dolor emocional. Cada vez que un cuidador desautoriza de esa manera el malestar de un niño, amplifica los efectos de la situación traumática en si.

Suaves violencias sobre suaves violencias, en una espiral de desconexión y des-humanización – de una misma y del otro.

PONIENDO LOS CUIDADOS EN EL CENTRO

Evidentemente, no somos monstruos. Queremos ser buenos progenitores, buenos docentes, y queremos de verdad a nuestr@s niñ@s. Sencillamente reproducimos patrones relacionales que hemos ido heredando, generación tras generación. Sin mirarlos, sin ser conscientes, sin cuestionarlos. Por eso lo primero que necesitamos hacer es percibirlos, llamarlos por su nombre, tomar consciencia del daño que ocasionamos. Parece poco, pero es el paso sin el cual nada puede cambiar.

La buena noticia es que, al hacernos cargo de nuestras acciones y de lo que generan, al interrumpir esos automáticos que llevamos años arrastrando, ya estamos en el proceso de reparación. Es posible, ¡si!, modificar estas dinámicas y recuperar el tejido relacional. Sólo tenemos que colocar los cuidados en el centro nuevamente, desde un compromiso absoluto con la vida y con todo aquello que la favorece.

Texto: Fernanda Bocco



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