Los límites como oportunidad de cuidado también hacia ti misma

Llevo más de 10 años acompañando niños y niñas y los límites sigue siendo uno de los temas que más reflexión y dudas despierta.

¿Será porque nos faltan referencias de cómo ofrecer límites con firmeza y amor, al mismo tiempo? ¿será porque no queremos que ellos asuman los límites por miedo o resignación, como quizá tuvimos que hacer nosotras, pero todavía no estamos buscando la manera de cómo ponerlos? ¿será que, en el fondo, tememos que una parte del vínculo con el niño/a puede estar en juego?

Creo que no hay un único motivo, probablemente sean varios, ya que los límites, tanto para los niños como para nosotras, están relacionados con muchos ámbitos del desarrollo; tienen unas raíces muy profundas.

Detengámonos en uno de ellos: los límites como oportunidad para el autocuidado.

Una idea central que sostiene los límites es: “te tengo en cuenta a ti, sin dejar de tenerme en cuenta a mí”. Ahí es frecuente que nos perdamos: ¿cómo se hace eso de escucharse a una misma? En el momento actual, en el que la urgencia gana casi todas las batallas, no hay tiempo para escucharse. Además, tampoco tenemos la costumbre, más allá de lo evidente, como puede ser una enfermedad. Y a veces, incluso ni eso…

¿Cómo podemos, entonces, aumentar nuestra capacidad de “darnos cuenta” de si ese límite es adecuado o no, tanto para nosotras como para el niño/a?

Uno de los ingredientes de ese darte cuenta es nuestra capacidad de autoobservación; veamos algunas sugerencias para despertarla y nutrirla.

Párate: detén la inercia, la respuesta inmediata, la prisa. Para, frena, ralentiza; si no, será fácil que gran parte de lo que ocurra pase desapercibido. Aquí va un símil: sería como tratar de ver una fila de hormigas mientras viajas en un AVE. No es posible.

Obsérvate: es más fácil si intentas dedicar un momento del día para ello, si vas haciendo un hábito. Quizá al inicio de la jornada, quizá al terminar. Observa tu cuerpo, tus ideas, tu emoción. Hazte preguntas: ¿cómo siento mi cuerpo? ¿hay algún lugar con tensión? ¿qué emoción está más presente en mí ahora?

Pregúntate qué necesitas: Lo ideal es que después de esa observación del cuerpo, de la emoción, puedas identificar qué necesidad está pendiente de ser atendida, satisfecha. Quizá no puedas darle una respuesta, pero reconocerla permitirá que algo en ti se sienta visto y pueda relajarse.

Si poco a poco vas introduciendo esto en tu día a día, podrás ir ganando capacidad de escucha. Es como ir al gimnasio del autocuidado y la observación.

Desde aquí será más sencillo ofrecer un límite, tomar la fuerza necesaria para ponerlo con firmeza, sin perder la conexión. ¿Por qué? Porque muchas veces cuando lo ponemos ya llegamos tarde, habiendo aceptado antes situaciones y conductas que, sin habernos dado cuenta, estaba vulnerando un límite propio. Porque ha nacido y crecido un enfado casi sin darnos cuenta… por eso podemos decir que los límites son una oportunidad de autocuidado, de autoescucha.

¡Ojo! Esto no quiere decir que los niños y niñas deba asumir el límite “para cuidarnos”, haciéndoles a ellos responsables de nuestras necesidades no satisfechas. La responsabilidad de que ese límite no sea traspasado es solo mía.

Este es uno de los asuntos en los que se pone de relieve que “los niños vienen a llevarnos donde nosotros solos no llegamos”. Porque los límites con los niños y niñas pueden generarnos muchas dificultades, pero lo cierto es que poner límites a otros adultos también suele resultar muy complejo.

Así que, paso a paso, vayamos entrenando eso de “escucharnos”. Por ellos… ¡y por nosotras!

Texto: Nuria Comonte

Imagen: Autora desconocida



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