VER AL NIÑO REAL
Gran parte de las dificultades que tenemos en el día a día del aula pasa porque no conseguimos ver al niño real que tenemos delante. Vemos sus “debería”, sus “podría”, sus “todavía no”, pero no el que ya está allí, el que ya es, el que está ocurriendo en ese instante.
Estamos tan cargados de una serie de informaciones que tenemos sobre el desarrollo madurativo, lo que cuentan las familias, lo que dice el sistema educativo que deberían estar haciendo/aprendiendo, que hemos perdido la capacidad de mirar a las criaturas sin más, de un modo apreciativo, poniendo en valor lo que son, lo que nos están transmitiendo en directo, más allá de los libros de pedagogía o de las medidas estandarizadas.
¿Somos capaces de dejarnos afectar por ese ser humano, único e irrepetible, que tenemos delante? ¿Cómo sería maravillarnos con esa manera singular de reír, de coger un objeto, de correr, de mirarnos?
Hace rato que el asombro está ausente en la escuela, y no sólo por parte de los niños y niñas, que vienen de entornos llenos de pantallas, luces, ruidos y velocidad. El asombro también se ha perdido en el lado de las docentes que, a veces, vivimos los días, meses y años como una tediosa repetición de lo mismo.
Solemos invitar a nuestras alumnas que desarrollen la capacidad de observar, sin hacer nada. Sin resolver, sin interrumpir, sin dirigir, sin planificar. Estar en el aula dejando que los sucesos, las relaciones, las criaturas, sean percibidos desde la apertura y frescura de una nueva mirada. Y lo que al inicio es un ejercicio algo angustioso – “¿pero sólo estar allí, sentada, sin más?” – termina siendo una práctica profundamente transformadora – “¡cuánta cosa ocurre sin que me diese cuenta!”, “¡si me espero un momento, en ocasiones la situación se resuelve por si misma!”.
Estamos absolutamente convencidas de que si nos quitamos el velo de los juicios, las expectativas, las comparaciones, las generalizaciones, las prisas, los parámetros, podremos volver a enamorarnos de la infancia.
Texto: Fernanda Bocco.