ACOMPAÑANDO LA INFANCIA, CUIDANDO LA VIDA
La infancia nos ofrece, una y otra vez, nuevas oportunidades de ser miradas desde un nuevo lugar, de volver a plantearnos qué necesita ese niño de mí, en este preciso (¡y precioso!) momento. Un nuevo cambio de pañal, otro momento de llanto, un tiempo de poner las cosas en su lugar, un rato de juego… Los niños y niñas, con gran generosidad, siguen confiando en que, esta vez, podremos hacerlo de una manera diferente, una manera que los tenga en cuenta, que los acoja y acompañe.
Tranquila, eso no significa que tengamos que hacerlo “perfecto”; dejemos la culpa a un lado. Los niños y niñas esperan adultos en búsqueda constante, que se cuestionan, que (se) miran y remiran. Con comprensión, ternura y delicadeza. Nadie nos ha enseñado a hacerlo… vamos descubriendo nuevas formas según vamos viviéndolas, encontrando nuestra manera genuina y auténtica de estar a su lado, en muchos casos, sin haber tenido experiencias así durante nuestra infancia.
Sin duda, supone un reto y un camino no exento de dificultades, en el que intentamos dejar a un lado nuestra propia inercia, parte de nuestra experiencia y vivencia previas, para buscar una manera diferente de relacionarnos (tanto con los niños, como con otros adultos). Y también con uno mismo, en ese anhelo de coherencia con lo que queremos vivir (si quiero un ambiente relajado y sereno para los niños, por ejemplo, por qué no ansiarlo para mí misma). De ahí que el aspecto profesional y personal estén tan cerca en esta tarea: aquello que me planteo y me cuestiono en mi trabajo, en mi labor, sin duda revierte en mi vida privada, en mi círculo más cercano, en mí misma. Y al revés, por supuesto. Todo ello vivido con naturalidad, como un proceso de búsqueda constante; más que un lugar al que llegar, un maravilloso camino que transitar.
Observar la infancia con otros ojos nos descubre una mirada más respetuosa y amorosa hacia otros adultos, hacia mí mismo. Por eso, acompañando la infancia, cuidamos la vida.
Nuria Comonte