apego seguro

¿CÓMO PODEMOS MEJORAR EL APEGO SEGURO?

Una de las principales tareas en la educación, especialmente en educación infantil, es asegurar unas buenas bases para que los niños y niñas puedan desarrollarse con salud mental, emocional y física. Curiosamente, la tarea pedagógica se ha ido desviando hacia priorizar las tareas académicas, tales como alcanzar la lecto-escritura cada vez más temprano, o intentar que los infantes aprendan a controlar las emociones en edades en las que aún no están preparados para ello.

Por eso no nos cansamos de insistir en que el aprendizaje:

1) Es una capacidad innata, nacemos con esa necesidad de aprender para poder sobrevivir;

2) Ocurre de dentro a fuera, obedeciendo un programa biológico que no se va a acelerar porque demos premios o castigos;

3) Se da dentro de una relación educativa humana amorosa, en la que cada niño o niña se sienta seguro suficiente para poder explorar el entorno.

Por eso, más que inventar más fichas o metodologías para meter el currículum con calzador, deberíamos estar preguntándonos cómo podemos ayudar esas criaturas que tenemos delante a que consoliden un apego seguro en el ambiente educativo. Lo demás es altamente secundario.

¿QUÉ PUEDE HACER UN DOCENTE PARA FAVORECER EL APEGO SEGURO EN EL AULA?

Evidentemente, cada niño viene con su historia familiar y sus relaciones tempranas en las que ha ido generando un tipo de vínculo y de apego con sus cuidadores principales. Pero las maestras y maestros son figuras referentes de segunda oportunidad, es decir, tienen la capacidad de mejorar el apego de la infancia mediante las nuevas relaciones que establecen en la escuela, siempre y cuando cumplan con algunas condiciones para ello.

Para que las criaturas puedan afianzar un apego seguro, necesitan poder apoyarse en un adulto referente que se preste a la relación, una relación dónde ambos se van a influir mutuamente, en un ajuste constante que lleva ambos hacia el bienestar. Si el adulto está ausente, ocupado con tareas diversas y no establece una mirada presente, o si está emocionalmente distante y no es capaz de consolar cuando necesario, esta primer premisa no se cumple y el niño se ve sin el apoyo necesario para seguir avanzando.

Aunque estemos hablando de que haya una relación en la que ambos se influyen, desde luego el adulto y el niño/niña ocupan lugares muy diferentes en esa interacción. Sin lugar a duda, toca al adulto regularse internamente para poder regular al infante, transformándose en un espejo lo más limpio posible para reflejar una imagen ajustada a la realidad de ese bebé, niño, adolescente.

Además de estar disponible para el encuentro, el docente tiene que dejarse impactar por lo que sus alumnos hacen, y responder ante ello. Es decir, no sirve de nada poner una especie de muro y que al adulto le de igual lo que pase en clase, que no afecte. ¡Se trata justamente de afectarse! De sentir ante el otro, de no desconectar. Es desde esa afectación que podremos encontrar respuestas a lo que está pasando en clase (muchos conflictos, desinterés, apatía, demasiado ruido, lo que sea).

En la infancia temprana, el apego se construye desde el cuerpo, el calor y la cercanía que puede brindar la presencia de un docente que puede hacerse cargo de lo suyo y de lo del niño. Poner el cuerpo, mantener la mirada, son aspectos esenciales para generar seguridad. Que los infantes perciban y sepan que pueden buscar refugio si lo necesitan ante un desafío que les supera en un determinado momento.

Cuando los adultos del entorno no nos prestamos a ese consuelo, y además exigimos resultados u objetivos, empujamos y animamos para que el grupo “aprenda”, normalmente nos desconectamos emocionalmente, dejamos de ver dónde está cada alumno. En una cultura que prioriza llegar cuanto antes, sin mirar los costes, estamos transformando la escuela en un lugar de presión más que de relajación, precisamente la peor condición para que ocurra un desarrollo personal integral, incluido el académico.

POR QUÉ A VECES NOS CUESTA DESARROLLAR ESA TAREA

En ocasiones nos encontramos con docentes que se han formado y que “saben” todo esto de lo que venimos hablando. Pero a la hora de llevarlo a la práctica, no se ven capaces y caen en respuestas que son lo contrario a lo que les gustaría. ¿Por qué?

Es muchísimo más sencillo enfocarse en las actividades, tareas y objetivos en un aula que realmente estar disponibles para sostener el desarrollo emocional de un infante. Si sólo me ocupo de preparar materiales y asegurarme de que todo vaya según planeado, podría mantenerme durante toda mi vida laboral sin entrar en mi propia sombra, sin mirar mi historia y cómo influye en lo que está pasando en el aula, con este niño y esta niña.

La educación, cuando nos abrimos desde un lugar más íntimo, activa nuestras propias heridas emocionales, todo aquello que vivimos siendo niños y que no pudimos resolver porque nos sobrepasaba enormemente. Por eso, cuando estamos en relación con un niño, una niña, se despiertan un sinfín de mecanismos inconscientes, que ni sabíamos que teníamos dentro, y tendemos a evitar ese tipo de situación porque no sabemos cómo manejarla.

De ser “buenos profes” en el aspecto académico o de tareas, de repente nos percibimos con menos paciencia de la que pensábamos tener, con reacciones emocionales intensas, con una sensación de ser amenazados por esa criatura que tenemos delante, sin herramientas para lidiar con lo que nos pasa por dentro. Esa sensación de que el niño “me pone a prueba” es la expresión de que estamos en un límite personal que despierta angustia y desencadena respuestas del tipo ataque, huida o indiferencia, porque es la manera que tenemos de protegernos ante lo que vivimos como una amenaza.

La base fundamental desde la que podemos apoyar el apego seguro de la infancia es nuestra propia capacidad emocional: cuánto sabemos identificar y regular nuestras propias emociones, cómo damos respuesta a nuestras propias necesidades, cómo respondemos ante las situaciones que nos demandan o nos generan incómodo. Cuanto más podamos mirar hacia nuestro interior, mejor podremos atender y acompañar la infancia. Y no porque lo hayamos resuelto todo de nuestra propia historia, pero porque pondremos nuestra vulnerabilidad y vacíos al servicio de ese vínculo.

Texto Fernanda Bocco

Imagen: autor desconocido.



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