¿CUÁNTO PERMISO NOS DAMOS PARA VIVIR LOS DUELOS?
El duelo no se refiere solo a despedirnos de un ser querido que ha muerto, sino que incluye todo aquello que supone una pérdida o un cambio estructural en nuestra vida tal y como la conocemos. Ahora, más que nunca, nos encontramos en un momento en que prácticamente a diario nos vemos teniendo que procesar un duelo: por los amigos o familiares que no podemos ver, por un trabajo que se ha perdido, por la disminución de las expresiones afectivas como besos y abrazos, por alguna discusión generada en torno a la situación actual y que derive en una ruptura de esa relación, por no poder movernos como nos gustaría…
Evidentemente no es lo mismo tener que elaborar la muerte de alguien cercano que lidiar con la frustración de no poder celebrar un cumpleaños o una boda como habíamos previsto. Pero aún así, el duelo necesita un espacio de reconocimiento y expresión para que podamos seguir adelante. Es necesario dar voz y conectar con lo que realmente sentimos, reducir el ritmo durante unos días para permitirnos experimentar ese dolor, aunque el mundo exterior nos pida (¡exija!) que sigamos como si nada.
Aquello que se ha ido formaba parte, en alguna medida, de nuestra propia identidad, y esa es la causa de la tristeza profunda que nos invade. La casa que tenemos que dejar, el trabajo que ya no continúa, un ser querido que deja de estar a nuestro lado… son partes de nosotros mismos, de nuestras vivencias, de nuestra historia personal. De repente, nos vemos ante un vacío que parece romper una imagen que teníamos, llevándonos a un camino de reconstrucción que puede durar poco o mucho, doler más o menos, pero que es inevitable para nuestro desarrollo.
En general, tememos entrar en ese lugar oscuro por miedo a no saber salir: ¿y si me quedo en la tristeza para siempre?, ¿y si me vuelvo loca en este dolor?, ¿y si me vuelve a pasar?. Pero cuanta más conciencia podamos poner a ese momento, cuánto más nos atrevamos a mirar a lo que nos ocurre, más seremos capaces de transitarlo y de reorganizar nuestra propia biografía. Y para ello, no podemos “graduar” el duelo según su aceptación social, como si pudiera estar triste ante la muerte de un familiar pero no pudiese sufrir porque me ha ido mal en un examen, o por darme cuenta de que quizás no vaya a reunirme con mis seres queridos en una fiesta especial. No juzguemos nuestro sentir, ni el del otro, ¡por favor!.
Todo duelo duele, valga la redundancia, lo único que nos puede llevar a una aceptación de la nueva situación en la que nos encontremos es habitar ese dolor. Por el contrario: la negación, el quitarle importancia, la vergüenza, el aislamiento por sentir que nadie lo va a entender, eso sí que interrumpe su capacidad de sanación, pudiendo generar enfermedades y depresiones crónicas mucho más difíciles de abordar. Lo mejor que podemos hacer por nosotros y por los demás es generar y nutrir espacios que acojan nuestro sentir, nuestra vulnerabilidad absoluta ante el misterio de la vida y la muerte.
Fernanda Bocco