¿DEBEMOS CONTAR LA VERDAD A LOS NIÑOS Y NIÑAS?
Como psicóloga, muchos padres, madres, educadores me preguntan sobre si debemos contar la verdad o no a las niñas y niños. Sobre temas muy diversos: desde los Reyes Magos hasta hechos familiares traumáticos, pasando por varias omisiones cotidianas y “adaptaciones” de la realidad para hacerla más “llevadera”. ¿Cuál la mejor manera de actuar?
En general, los adultos piensan que es mejor “ahorrarles” ciertas cosas a las criaturas para no generar sufrimiento, para evitar llantos y gritos, o para protegerse a si mismos de tener que dar explicaciones incómodas. Pero resulta que la verdad tiene el obstinado hábito de hacerse ver, de una forma u otra, y esa información que parece guardada bajo siete llaves va llegando hasta la percepción de niños y niñas. El problema está en que llega de manera entrecortada, a medias, con muchos silencios que ellos y ellas intentan rellenar como pueden para hacerse una imagen completa de la realidad. Así, intentando protegerles, lo que estamos haciendo en la práctica es transmitir mensajes al estilo teléfono escacharrado, con una versión final totalmente tergiversada de los hechos concretos.
Entiendo que muchas verdades son complejas, y es necesario ajustar el lenguaje y los detalles que vamos a compartir al nivel de comprensión de los niños y niñas; pero no debemos decidir por ellos ni quitarles la posibilidad de que puedan procesar lo que escuchan. Si lo habéis vivido alguna vez en primera mano, sabréis que cuando alguien pone palabra a algo que ocurrió lo que nos trae es alivio porque confirma mil sensaciones que rondaban desde hacía un tiempo y que ahora, finalmente, terminamos de comprender. Es un click profundo que ocurre en nuestro interior y, al contrario de lo que los adultos suelen pensar, alivia más que tensa, aclara más que asusta.
Aparte, al comunicarnos de manera clara y sencilla, asentamos la relación con el niño o niña desde la confianza y la cercanía. Estamos transmitiendo que pueden contar con nuestra honestidad y capacidad de expresar, abriendo un diálogo que servirá para muchas situaciones futuras. Al conversar sobre cosas difíciles, invitamos a que también ell@s puedan conversar cuando ocurran cosas difíciles. Por el contrario, si establecemos un patrón de medias verdades, mentiras u omisiones, se genera un ambiente emocional en el que los niños y niñas aprenden ese código: “hay cosas sobre las que es mejor no hablar”.
Los seres humanos, niños y adultos, necesitamos palabras para nombrar lo que nos ocurre, a nivel personal y familiar; necesitamos que alguien nos ayude a construir una narrativa de nuestra historia de forma coherente y auténtica. Si nadie lo hace, tenemos una vaga sensación de estar incompletos, confusos, faltos de algo que no llegamos a alcanzar ni a comprender. Y así vamos por la vida, con un vocabulario (verbal y emocional) pobre y vacío porque no está al servicio de nuestro desarrollo integral e integrador.
No se trata de contar todo, de cualquier forma, en cualquier momento, porque sino caemos en la sobre-información que muchas veces apabulla a los pequeños. Tampoco se trata de compartir algo por librarnos del peso de llevarlo solos, poniendo sobre los niños y niñas un peso que no pueden soportar. Contemos aquello que forma parte de la historia de un niño o niña (su origen, cómo vino al mundo…); relatemos aquello que ocurrió con los abuelos, aunque pueda parecer distante, porque a veces de manera inconsciente sigue influyendo en el devenir de sus hij@s y niet@s; traigamos a la memoria aquellos que murieron para que no queden en el olvido. La palabra, la narración de uno mismo, nos construye como seres humanos. Cuanto más información fiable y directa tengamos, más seguridad y fuerza tendremos para seguir nuestro propio destino.
Fernanda Bocco