EL ACOSO VERBAL EN LA INFANCIA

Cada vez que me llega una noticia de alguna situación de bullying o acoso, pienso que l@s adult@s en general estamos bastante des-preparados para abordar ese tipo de agresión. Muchas veces, incluso, somos nosotros quienes la ejercemos, sin darnos cuenta, con comentarios irónicos, quitando importancia a situaciones que para el niño son importantes, o con diversas otras acciones que podemos encuadrar en lo que llamamos suaves violencias.

Quizás lo que nos pase es que no somos conscientes de la magnitud que tiene una situación así, de los efectos que puede generar en el desarrollo psicológico de una persona. He oído a muchos docentes o padres/madres decir “bueno, no es para tanto”, o “es cosa de niños”, “están jugando” cuando se encuentran con alguna burla entre niños, o incluso ante algún comentario más humillante o agresivo. Pero resulta que si, si es para tanto, y por eso tenemos que actuar sin dudar ni minimizar esa realidad.

¿POR QUÉ ES TAN DAÑINO EL ACOSO?

Cuando una persona ataca a otra verbalmente, mediante burla, humillación u otro tipo de agresión verbal, está atacando algo tan esencial como es la pertenencia humana. Cuando una persona o grupo se ríe de otra persona, le está excluyendo de ese grupo, la aparta al transformarla en un objeto de risa, como algo “menor” que los demás. Y si algo nos caracteriza como especie es la profunda necesidad e importancia de pertenecer al grupo de iguales.

Tanto es así, que la zona del cerebro que procesa el rechazo social ¡es la misma que procesa el dolor físico!* Esto significa decir que para los seres humanos, a nivel biológico la exclusión y el aislamiento equivalen a una amenaza vital, que pone en riesgo nuestra supervivencia. Por eso, la burla, la humillación, los insultos, comentarios sexuales inapropiados, provocaciones de todo tipo, rumores sobre alguien, son comportamientos que no debemos permitir en ningún entorno, en ningún grado, bajo ninguna circunstancia.

SEÑALES DE QUE NUESTRO HIJO PUEDE ESTAR PASANDO POR UNA SITUACIÓN DE ACOSO

Cuando una niña, un niño, están viviendo una situación así, suelen cambiar su estado anímico y buscar evitar situaciones o lugares donde el acoso esté ocurriendo. Pueden mostrar más apatía, tristeza, incluso enfado, y buscar estar más solos que de costumbre. También puede haber un cambio en su desempeño académico, deportivo, musical, porque no consigue dedicarse a esas actividades debido al profundo malestar que está viviendo. Muchas veces incluso surgen síntomas físicos, como dolores de cabeza o de estómago, como forma de no tener que acudir a los lugares dónde se pueda enfrentar con las personas que ejercen acoso.

Como el acoso daña la autoestima de la persona que lo recibe, en algunos casos, el propio niño o niña se sienten culpable por lo que está ocurriendo, como si lo estuvieran generando de alguna manera, lo que hace que tengan más dificultad aún en contar lo que está pasando a algún adulto referente. Por eso las familias y docentes necesitamos estar especialmente atentas para poder acompañar estos casos.

Un niño, niña o adolescente que esté viviendo cualquier tipo de acoso verbal pueden tener sensaciones de malestar, inseguridad y frustración. Además, si se sostienen en el tiempo, pueden ver muy dañadas su autoimagen y auto-concepto, pudiendo generar pensamientos negativistas, estados depresivos y, en casos extremos, incluso ideaciones suicidas, que a veces llegan a concretarse como intento desesperado de poner fin a esa vivencia que creen que jamás va a parar.

¿CÓMO PODEMOS PREVENIR Y PARAR EL ACOSO?

Lo más básico que debemos hacer es generar un ambiente seguro, relajado y de confianza en el aula o en casa. Cuando las reglas y límites están claros, cuando ofrecemos experiencias y materiales interesantes, es más posible que todas las criaturas se sientan bien, formando parte y tenidos en cuenta. La manera cómo hablamos y escuchamos, cómo acogemos las emociones de cada uno, cómo se abordan los conflictos y las diferencias, todo esto crea un ambiente emocional que va a favorecer las relaciones sanas y de buen trato.

En un segundo nivel, cuando surgen este tipo de comportamientos, debemos pararlos de inmediato. El mensaje debe ser muy claro de que no hay lugar para este maltrato y que no se permitirá que ocurra. Este límite tiene que venir acompañado de una escucha por parte del adulto para ver qué está ocurriendo más allá de la acción: ¿hay malestar en el niño que agrede, y por eso lo hace?, ¿cómo se siente cada uno en esa situación?, ¿podemos revisar algo del entorno para mejorar?

Hacia el niño que es agredido, es importante ayudarle a expresar lo que siente, que ponga en palabras lo que ha generado en él lo ocurrido. También tenemos que asegurarle de que estaremos pendientes para que eso no vuelva a pasar. Esto hace que su experiencia, aunque desagradable, pueda ser procesada y acompañada, y no vivida en soledad, permitiendo que pueda restablecer la confianza en el adulto y en ese espacio, incluso en el niño que le ha agredido.

Hacia el niño que agrede, también es importante acompañarle, ya que posiblemente la burla, insulto o rumoreo son las maneras que ha encontrado para ejercer algo de poder o de establecer alianzas con su grupo, a costa de otros, porque no tiene las habilidades para hacerlo de otra forma. Suelen ser niños con dificultades para expresar lo que sienten y necesitan, y con inseguridad en las relaciones sociales, por ello también podemos ayudarles a expresarse, a la vez que escuchan lo que su acción ha generado en el otro.

Si los adultos podemos estar bien ubicados en nuestro rol, poniendo límites a la vez que acompañando el mundo afectivo de cada uno, los acosos verbales irán cediendo lugar a las prácticas de comunicación consciente y empática, desde los sentimientos y necesidades profundos, y no desde la agresión. Por suerte, ¡hay muchas escuelas y hogares dónde esta mirada está cada vez más presente!

Texto: Fernanda Bocco.

Imagen: Autor desconocido.

*Carlos Pitillas, “El daño que se hereda”.



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