ENTENDIENDO EL APEGO MÁS ALLÁ DE LA PRIMERA INFANCIA*

Reflexionaba últimamente sobre las etapas evolutivas del ser humano. En cómo ponemos (con suerte) especial atención en algunas edades y nos vamos olvidando de estar en otras. Evidentemente, un bebé necesita mucha más respuesta del adulto que le cuida, pero ¿y qué pasa según crecen? ¿O es que ya los adultos pasamos a ser prescindibles?

Si partimos de la teoría del apego, a grandes rasgos hay dos necesidades básicas en el ser humano. Por un lado, la de apego y seguridad, es decir, de contar con un cuidador que sea un puerto seguro al que volver siempre que algo me asuste, me supere, o no me vea capaz. Por otro, lado, la necesidad de exploración, de apoyarme en un cuidador que sirva de trampolín para mis intereses en el entorno y mis intentos de separarme para investigar.

Cuando hablamos de niñas y niños de 1, 2, 5 años, lo vemos de manera más clara. Pero parece que se nos empieza a olvidar en la etapa de primaria, y más aún en los institutos. ¡Pero estas necesidades nos acompañan a lo largo de toda la vida! Como adultas, aún podemos reconocerlas en diversas situaciones cotidianas en que buscamos una persona cercana con quien desahogar, o nos movemos en dirección a algo que nos gusta y motiva. Apego y exploración.

LA IMPORTANCIA DEL VÍNCULO EN EL DESARROLLO

Por razones que se me escapan, pareciera que una vez que ya caminan, hablan y empiezan a usar la razón les pudiésemos dejar a su bola y terminarían de desarrollarse como por arte de magia. ¡Nada más lejos de la verdad! Todo proceso de desarrollo ocurre, siempre y continuamente, dentro y a partir de una relación que lo sostiene. No podemos irnos porque, aparentemente, estén a otra cosa o supongamos que no nos necesitan más. Sólo podrán pasar a la auto-reglación desde la hetero-regulación, a la auto-estima desde la estima del otro, al auto-concepto desde el concepto del otro, al reconocimiento de una misma desde la mirada del otro.

Por mucho que esperemos que un niño de 8 o 10 años sea absolutamente autónomo y capaz de autogestionar todo en su vida, ese desarrollo neuro-fisiológico, cognitivo y afectivo, va ocurriendo gradualmente hasta aproximadamente los 21 a 25 años (¡si!), momento en que el sistema límbico (encargado del mundo emocional) y el neocórtex (encargado del mundo racional y ejecutivo) ya han alcanzado su estructura y funcionamiento plenos. Así que me pregunto, ¿qué ocurre en el vacío en el que les dejamos entre los 6-7 y los 25 años? ¿Cuando creemos que ya son “mayorcitos” y pueden hacer todo por su cuenta? ¿Cuando pensamos que deberían ser capaces de lidiar con situaciones difíciles que surjan en sus relaciones?

Toda criatura humana necesita seguir sintiendo la presencia y confianza del adulto referente para continuar su crecimiento. Nadie se puede bastar a si mismo totalmente porque somos, biológicamente, seres relacionales, vinculares. Nos hacemos con otros, a partir del apego y la seguridad. Sólo podemos explorar, también, con otros, nadie puede explorar solo. La mirada, la palabra de aliento, sirven de sostén para ir más allá de lo conocido.

 

ENTENDIENDO LAS SEÑALES PARA RESPONDER ACORDE

Evidentemente, tenemos que evolucionar junto a la criatura y aprender a descifrar las señales que nos envía para indicar qué necesidad está activa en cada momento. Un bebé posiblemente llorará y moverá brazos y piernas para indicarnos que necesita cercanía. Una niña de 3 años quizás nos busque para cogernos la mano, o nos mire buscando permiso para seguir su exploración. ¿Y un niño de 6 años, cómo expresa su necesidad de consuelo? ¿Cómo lo hace una niña de 12?

Sofia tiene 7 años y es muy inteligente, según su maestra. Sabe de todo y tiene mucho liderazgo con el grupo de iguales. Lo que no sabe la maestra es que tiene muchísimo miedo a las alturas. Cuando proponen subir a un árbol, dentro de una gincana de toda primaria, se pone pálida y empieza a balbucear excusas para no hacerlo. La maestra, que no percibe el miedo, y además la considera “mayor”, se pone a animarla muchísimo, empujando levemente con las manos en dirección al árbol y diciéndole que todos dependen de ella para ganar. Sofía, que intenta complacer a su maestra, incluso en contra de su propio sentir, se pone a subir al árbol con mucha tensión y algo mareada. Después de algunos intentos, termina cayéndose y se va corriendo al baño, llorando.

¿Qué necesitaba Sofia en ese momento? Su reacción visible indicaba que no estaba tranquila y que no se sentía en condiciones de hacer lo que le pedían. Pero la maestra no pudo percibirlo y respondió incitándola a seguir adelante, generando aún más malestar en la niña, que terminó sintiéndose, además de temerosa, frustrada y habiendo decepcionado al grupo.

Lo que Sofía necesitaba era que su maestra comprendiera su situación y ofreciera un lugar de refugio y seguridad, acogiendo su miedo, nombrándolo en voz alta, y ayudándola a sostener su no ante la propuesta de subir al árbol. Incluso podría ocurrir que, ante la protección de esa adulta, ante la pregunta en tono suave de “¿quieres subir al árbol?”, Sofía decidiese que quería probar a enfrentar su miedo.

Jimena tiene 13 años y le toca exponer un trabajo en el instituto. El tema le gusta muchísimo y quiere investigar por su cuenta, aunque tiene dudas y se acerca a consultar con la profesora. Cuando expone sus ideas, la profesora le dice que eso es demasiado complejo y que esos contenidos aún no los han visto. Le dice que mejor se centre en lo que le han pedido y no se “vaya por las ramas”.

Jimena llega a casa frustrada, sintiendo que no puede seguir creciendo en sus intereses y que está sola con sus ideas y proyectos. Como no sabe bien cómo continuar, al fin decide dejar la idea del todo e irse a dar una vuelta con sus amigas, sin ganas de hacer ni siquiera el trabajo “mediocre” que le han indicado.

¿Qué le hubiese venido bien a Jimena en ese momento? Una adulta que pudiera acoger su interés y animarla a seguir por su cuenta, confiando en su capacidad y dándole algunas indicaciones para los primeros pasos. Quizás lanzando alguna pregunta que llevara Jimena a investigar más, o permitiendo que ella misma encontrara las preguntas que quisiera responder, equivocándose por el camino si fuera el caso.

Por el contrario, si la profesora pone un freno a esas ganas de explorar, Jimena se verá impedida de desarrollar su autonomía, sintiendo que es incapaz de lograr aquello que desea y haciéndose dependiente de la docente para seguir su aprendizaje.

A lo largo del día, encontraremos muchas situaciones de este tipo en la escuela. Situaciones que necesitan una respuesta de puerto seguro, es decir, de refugio y regulación emocional, o que piden una respuesta de base segura desde donde tomar impulso o celebrar alguna conquista. Apego y exploración. Toda la vida.

Es tremendamente diferente un ambiente educativo dónde el adulto no percibe ni lee las señales de las criaturas, alejándose de su mundo interior, de un entorno en el que el adulto tiene la sensibilidad y sabe responder acorde a lo que necesitan esas criaturas en cada momento, ¿verdad? Posiblemente incluso los adultos y adultas que acompañamos viviríamos con más bienestar si pudiésemos estar sintonizados de esa manera. Así que, ¡atención! Recordemos constantemente que somos seres relacionales y, por lo tanto, necesitamos los unos a los otros para seguir desarrollándonos.

Los padres, madres y docentes seguimos siendo esenciales en el acompañamiento a la infancia y adolescencia como mecanismos de hetero-regulación. Como seres vinculares, en algunos momentos necesitamos recogernos en un espacio seguro para poder recuperarnos, y en otros momentos necesitamos expandirnos hacia el mundo, bajo una mirada atenta y confiada. Ambas cosas ocurren en un encuentro humano, a partir de un adulto atento y disponible. Ojalá estemos a la altura.

* Reflexiones a partir del programa Aprender Seguros de Carlos Pitillas, Amaia Halty y Ana Berastegui.

Texto: Fernanda Bocco.

Imagen: autor desconocido



Enviar mensaje
¡Escríbenos!
Escanea el código
La Semilla Violeta
¡Hola! Somos Fernanda y Nuria, estaremos encantadas de contestar a tus preguntas.