
LO ABSURDO DE EDUCAR DESDE EL CASTIGO Y EL CHANTAJE
Cuando nació mi hija mayor, hace más de 14 años, estaba muy de moda una línea en pediatría en crianza que abogaba por dejar a los niños llorando para dormir. No sólo en el momento de dormir, sino ante cualquier situación en la que la criatura llorase o buscase al adulto para calmarse, porque se consideraba que eso era una “clara manipulación” que nos hacía el pequeño bebé y que debía enterarse “cuanto antes” que no íbamos a dejar que “nos tomaran el pelo”.
Aunque haya pasado tanto tiempo, de vez en cuando sigo encontrando ese tipo de discursos en boca de madres y padres, pero tristemente también de profesionales del campo de la medicina y, peor aún, de la educación. Así que me gustaría tomarme un momento para explicar por qué este tipo de abordaje es altamente ineficaz a medio plazo, pero sobre todo altamente dañino a corto, medio y largo plazo.
¿QUÉ NECESITA UN BEBÉ HUMANO?
Cuando nacemos, lo hacemos desde una gran vulnerabilidad y dependencia: sólo sobrevivimos si un adulto es capaz de protegernos. Esa condición biológica es lo que determina cuales son las necesidades básicas de un bebé: ser cogido en brazos, estar en contacto físico con su madre o adulto referente, recibir calor, ser alimentado, ser limpiado. En ese orden, es decir, lo primero y más determinante es estar en contacto físico con el adulto.
Por eso, cualquier indicación que defienda romper ese contacto va a dejar al infante en una posición de inmensa vulnerabilidad y precariedad; sentirá en todo su cuerpo que está en peligro, que está solo, que está indefenso y que nadie vendrá a solucionar esa situación. ¿Podéis imaginar qué tipo de sensación genera vivir esto repetidamente en los años más importantes para nuestro desarrollo físico, emocional y relacional?
QUÉ PASA CUANDO EDUCAMOS DESDE EL CASTIGO
Nuestra condición a nivel biológico nos hace dependientes de otro ser humano para regularnos. A esto se le llama neurobiologia interpersonal* y co-regulación**, lo que viene a significar que, cuando niños, necesitamos el contacto y la relación para poder volver a un estado de calma y seguridad. Con suerte, cuando adultos (si nos han brindado estas experiencias de co-regulación en la infancia) seremos capaces de alcanzar este estado interno mediante la auto-regulación, pero incluso en esas edades seguiremos buscando y necesitando del contacto humano para poder alcanzar nuevamente el equilibrio interno.
Teniendo todo esto en cuenta, es absurdo pensar que mediante la culpa, humillación o castigo puede ocurrir cualquier tipo de aprendizaje o educación, ¿verdad? Porque al utilizar ese tipo de estrategias, lo que el adulto está haciendo es transmitir los siguientes mensajes:
– “eres malo porque has hecho algo mal”;
– “por ser malo, no tienes derecho a mi presencia y acompañamiento”;
– “como no mereces mi atención, voy a dejarte solo hasta que hayas cambiado”;
– “cuando ya se te haya pasado esto, puedes buscarme y podremos retomar la relación”;
Lo hemos normalizado a tal nivel que quizás nos cueste conectar con qué puede generar esto en una criatura. Pero podemos intuir que:
– tomará por verdad la idea de que es “malo”;
– aprenderá a dejarse a un lado, sea lo que sea que le pase, en nombre de ser “bueno” (es decir, adaptarse a lo que el adulto espera de él);
– aprenderá que no puede esperar un consuelo del entorno, por lo cual en algún momento dejará de buscarlo;
– como forma de protegerse, tomará distancia emocional del entorno y de sí mismo para evitar el sufrimiento generado por el abandono que ha sufrido;
Pensar que estamos educando al retirarnos de la relación educativa es como pensar que guisaremos las lentejas desde fuera de la cocina. No es posible. No va a ocurrir. Posiblemente lo que tengamos en la olla se va a quemar. Pero lo grave es que el ser humano, precisamente porque necesita mantener el vínculo por encima de todo lo demás para asegurar su supervivencia, va a “cocinarse a si mismo” cueste lo que cueste, con tal de que el adulto esté satisfecho. Y pondrá toda su energía en ello, dejando muy poca disponible para su propio desarrollo motor, sensorial, emocional, cognitivo, etc.
Es muy loco creer que un niño debe ser tratado mal para que empiece a portarse bien… y sin embargo es lo que aún impera en muchas casas y en muchas aulas. Mediante los castigos, chantajes, amenazas, dejamos las criaturas totalmente solas ante su propio malestar, además de hacerles sentir culpables por lo que les está ocurriendo. Somos nosotros los que tenemos que mantener la presencia y ofrecernos como herramienta para que, dentro de la relación, pueda ocurrir un cambio. Repito, dentro de la relación.
Hacer que un niño se vaya sólo a su habitación, o ponerle en una esquina del aula, o retirarle la palabra sólo tienen por efecto dañar el vínculo del adulto con el niño o niña. Puede, quizás, que esas acciones generaren un cambio en la conducta del infante, pero tal cambio estará motivado por el profundo miedo al abandono y a quedarse sin figura de apego. A la larga, todo lo que genere una exclusión, un desterramiento, un aislamiento, va a provocar una desconfianza generalizada hacia el entorno (el niño aprende que el mundo no es un lugar seguro) y hacia sí mismos (el niño aprende que no es digno de ser cuidado).
Además, cuando el adulto castiga, coloca a los niños y niñas en una situación de alto estrés, lo que hace que produzca grandes cantidades de cortisol en su organismo, elemento que ya se sabe que repercute negativamente en el desarrollo del cerebro y en la salud mental de la persona (disminuyendo su capacidad de resiliencia, aumentando sensaciones de ansiedad y depresión, dificultando las relaciones sociales, entre otros). Ese niño, esa adolescente, empezará a percibir el mundo como un lugar peligroso, que le amenaza directamente, y se moverá por su vida desde esa premisa. Por el contrario, una niña, un bebé, que se encuentren ante un adulto capaz de regularle, percibirá el mundo como un lugar amoroso y seguro, y se moverá por su vida desde esa premisa.
¿CUÁL ES LA ALTERNATIVA A LA EDUCACIÓN DESDE EL CASTIGO?
Soy consciente de que a veces nos quedamos sin herramientas para dar respuesta a las situaciones del día a día con los niños y niñas: peleas, agresiones, falta de atención… Pero si somos conocedores de cómo funciona nuestro cerebro, de cuáles son las condiciones optimas para alcanzar una buena capacidad de regulación, nos mantendremos con la lucidez necesaria para actuar según esos principios, y no desde el reproche y distanciamiento.
Nuestro cerebro es social y relacional. Literalmente, se desarrolla según las relaciones con el entorno. Por eso, sólo es capaz de producir cambios (es decir, aprender) cuando se mantiene en esas condiciones vinculares. Un niño, una niña, sólo podrá volver a regularse en un momento de enfado, tristeza, miedo, a partir de la conexión con un adulto que no la desapruebe, que se mantenga disponible y sin juicio mientras esa situación está ocurriendo. La responsabilidad de reparar es, siempre, nuestra. Si nos vamos (o les echamos) y les decimos que nos busquen cuando ya estén calmados, les estamos pasando la inmensa tarea de recuperar el vínculo con nosotros, de iniciar esa reparación que permitirá volver a un estado de “ahora estamos bien”, “ahora te quiero”.
Nos toca volver a asumir esa tarea, por más que nos cueste. Y nos cuesta posiblemente porque no hemos vivido, tampoco, esas experiencias acompañadas por un adulto relajado, tranquilo, amoroso, que no amenazaba con abandonarnos cada vez que hacíamos algo que no le gustaba. Pero podemos intentar, en la siguiente ocasión en que ocurra algo así, mantenernos conectadas con nosotras mismas y con la criatura que tenemos en frente. Respirar despacio y profundo, mantener la mirada, al menos probar a ver qué ocurre si no huimos tan de prisa. Puede ser el inicio de una profunda sanación personal, vincular y, desde luego, social.
Autora: Fernanda Bocco
*El psiquiatra Daniel Siegel empezó a utilizar este término, junto a otras personas de su equipo.
** Conocí este término a partir de Porges, con la teoría polivagal.