Por una educación radicalmente respetuosa
Hace algunas semanas (¡ay!, qué lejos queda diciembre ya) ofrecimos una charla en el máster de Formación del Profesorado de la Universidad Complutense sobre los retos a los que se enfrenta la educación de adolescentes hoy día. No es fácil, ¿no? En un mundo cada vez más digitalizado, de mayor individualismo e hiperexigente, la educación puede convertirse en un auténtico desafío; no solo hacia los adolescentes sino a cualquier edad.
Como docentes nos perdemos entre querer hacer cada vez más atractivo el contenido (gamificación mediante), intentar atender las exigencias del currículo, responder a la presión de las familias y el entorno… y nos olvidamos de lo importante. Y quizá ahí esté el quid de la educación a día de hoy (allí ha estado siempre): en volver a lo esencial. Esto es lo que rescatamos en aquella charla.
Ante la aceleración y el innecesario adorno pedagógico, se hace imprescindible volver a la raíz. Ser radicales.
Y, ¿qué es lo esencial en la educación?
El encuentro humano. La calidad y calidez de la relación que establecemos con niños, niñas y jóvenes. Solo a partir de aquí podemos asegurar una base suficientemente segura para, desde ella, abrirnos a descubrir el mundo que es, en definitiva, aprender.
En las aulas en las que no hay unas condiciones mínimas para esta relación de calidad, el ambiente se vuelve hostil, competitivo, de supervivencia. Si los niños deben enfocar su energía en tratar de sobrevivir (emocionalmente se entiende, claro), no estarán disponibles para aprender, crecer, desplegarse.
¿Cuáles son las consecuencias de un ambiente educativo de estas características?
– Aprendizaje basado en el miedo: al estar activos los circuitos de supervivencia básica, las capacidades y conocimientos adquiridos quedarán vinculados a esa experiencia negativa.
– Limitado en el tiempo: es un conocimiento “adquirido” para salir airosos ante un examen y, por tanto, no llega a ser integrado. Es solo la respuesta ante un estímulo negativo.
– Impacto en la autoestima: ya que el niñ@, el adolescente, siente que debe pasar por encima de sí mismo, de lo que necesita, para poder estar a la altura de esa demanda externa. Además, se relaciona la propia imagen con el resultado académico, con lo dañino que puede ser esto, además de irreal.
– Condicionamiento de la experiencia de aprendizaje: las futuras experiencias adultas de aprendizaje pueden quedar condicionadas y relacionadas con esta sensación de indefensión, de falta de valía, de incapacidad… Año tras año, alumnas de nuestro Curso Universitario en Pedagogía Activa y Transformadora nos transmiten que nunca habían pensado que podía aprenderse de una manera amable, cercana, tan diferente de su vivencia escolar.
¿De veras pensamos que es posible aprender en cualquier entorno? ¿debe ser a cualquier precio? Y más allá, ¿nos hemos parado a pensar cuáles son los aprendizajes verdaderamente importantes? ¿De qué le sirve a alguien saber quién escribió El Quijote si no sabe nombrar su tristeza?
Aprender no es posible en cualquier entorno. Hace falta un ambiente que lo posibilite, que lo facilite. Como profesionales de la educación, debemos asegurar unos mínimos para ese despliegue. Y ese camino, empieza por nosotras mismas. Comencemos a recorrerlo con valentía y compromiso.
Texto: Nuria Comonte.
Imagen: autora desconocida.