¿QUÉ PODEMOS HACER PARA QUE LOS NIÑOS COMPARTAN?
Como madres, padres o maestras, nos suele preocupar que nuestr@s niñ@s no desarrollen la empatía, la compasión, o la generosidad, y nos empeñamos en “enseñarles” a ello. En escuelas, parques o restaurantes, es práctica habitual evaluar (y ser evaluados) por las actitudes que muestran los pequeños hacia los demás: ¿prestan sus cosas o tienen una rabieta cuando le piden algo? ¿piden por favor o quitan las cosas de los otros niños? ¿entienden cuando le explicamos que hay que ser buenos y compartir?
Con frecuencia, pensamos que los niños y niñas son mal-educados cuando no se comportan con todos esos valores que tanto anhelamos, sin entender que hay todo un proceso de desarrollo relacionado a esas adquisiciones. Si bien es verdad que somos seres esencialmente empáticos y compasivos (ya nos lo decía Maturana al hablar de la biología del amor), los seres humanos pasamos por diferentes etapas que deben ser respetadas para que, en un segundo momento, puedan aparecer acciones que interpretamos como generosas, o empáticas.
¿Por qué les cuesta compartir?
En los primeros años de vida, una criatura considera que el mundo exterior es una continuidad de si mismo. Hasta el fin del primer año, por ejemplo, el bebé se siente uno con su mamá, y sólo lenta y gradualmente irá haciendo una transición hacia entender que constituye una unidad diferenciada de todo lo demás. Un niño de dos o tres años, o incluso más, puede seguir teniendo esa sensación con algunos objetos que le son especiales: una ropa, un muñeco, una silla. No pueden desprenderse de esas cosas, ni siquiera un momento, porque las siguen viviendo como parte de ellos mismos, inseparables. En esas edades, o ante esos objetos, ¿cómo podríamos decidir por ellos que deben prestarlos?
No es una cuestión lógica, como intentamos razonar los adultos (“¿qué te cuesta prestarlo, si no lo estás usando?”), es una cuestión vivencial profunda, que no atiende a explicaciones. Conozco a niños de 8 o 9 años que han tenido gran dificultad en regalar su antigua bicicleta a otro niño, incluso teniendo ya una nueva. Pero eran tantas las experiencias agradables vividas esa bici, que les costaba renunciar a ella, por más “sinsentido” que pareciera a los ojos de la familia.
¿Qué podemos hacer para favorecer ese proceso?
Lo primero es respetar el tiempo de cada cual. Forzar a que compartan algo antes de tiempo es tan inútil como contraproducente, porque al no sentirse respetados se apegarán más intensamente a las cosas por miedo a perderlas. Lo segundo, es insistir en lo primero; nunca está de más. Cuanta más seguridad tenga un niño o niña, más propenso se sentirá a dejar sus cosas a los demás. Si, por el contrario, desde muy pequeños estamos obligándoles a prestar sus cosas, estamos enseñando no a compartir, sino a que cualquier persona tiene derecho a decidir sobre las cosas de los demás. Es decir: que sálvese quien pueda y cada uno que coja lo que quiera de dónde sea. Básicamente.
Erróneamente, nos parece que si dejamos que “se salgan con la suya”, no aprenderán y serán “egoístas” por el resto de sus vidas. Pero no: sencillamente es necesario vincularse con las cosas de una manera privada y en propiedad, para luego trascenderlo. Y trascendemos desde la vivencia de abundancia y relajación, ¡nunca de falta y tensión!
No tengamos miedo al “no” de los niños y niñas
Por favor: no juzguemos ni nos sintamos juzgados si un niño o una niña no quieren dejar sus cosas en un determinado momento. Confiemos en que llegarán a hacerlo, a su tiempo, siempre y cuando no les obliguemos. En el mientras, podemos anticipar posibles momentos críticos, como pueden ser la visita de primitos o amigos en casa, o la pala y el cubo en el parque. Si sabemos que hay objetos especiales para el niño/niña, es conveniente apartarlos mientras duren las visitas, y así sabemos que nuestr@ hij@ se sentirá tenido en cuenta y mucho más tranquilo en ese rato. También podemos tener algunos materiales “neutros”, sacados en estas ocasiones o en el parque, para dejar que otr@s niñ@s los usen, a la vez que aseguramos que los juguetes preferidos siguen a salvo.
Si como adultos nos cuesta aceptar el no de nuestr@ hij@ o alumn@ ante otros, sugiero que revisemos nuestra historia personal para ver cuán respetados hemos sido en nuestro tiempo de soltar las cosas, o en nuestro ejercicio de decir no a situaciones o personas. ¡Porque es tan importante desarrollar una actitud generosa como saber poner límites a los demás! Y si no lo creéis, basta con observar el resultado de toda esta cuestión: de mayores, tendemos a la complacencia exagerada, pasando por encima de nosotras mismas, porque pensamos que debemos estar en un si constante para ser buenas personas. ¿Estamos seguros de que queremos seguir educando en esa dirección?…
Texto: Fernanda Bocco
Imagen: autor desconocido