¿Cómo favorecer la empatía en la infancia?
Hay una creencia muy arraigada en el ámbito educativo sobre la empatía, la generosidad, pedir perdón, y en general, los valores: solemos pensar que si nos los trabajamos, los niños y niñas no serán capaces de desarrollarlos.
En base a esta idea programamos unidades didácticas, celebramos días de la Paz o les pedimos con insistencia que se den cuenta de que al otro niño/a no le ha gustado eso que le han hecho. Todo esto parte de un supuesto equivocado, erróneo.
Los niños, el ser humano, por naturaleza, es empático, generoso, comprensivo, colaborador, flexible… no es necesario forzarlo o trabajarlo artificialmente para que esas cualidades aparezcan. Son innatas, no aprendidas, pero deben darse las condiciones apropiadas para que emerjan.
¿Podemos pedirle a una niña que comprenda el llanto de otra si cuando ella llora la distraemos o ridiculizamos?
¿Cómo esperar que colaboren en las tareas compartidas si nos adelantamos a ellos en mucho de lo que intentan hacer?
¿Es posible esperar que compartan con generosidad si, antes, sus “noes” han sido desoídos?
Por supuesto, hay un tiempo de desarrollo en que todos esos valores no están tan presentes: se están construyendo las bases para ello.
Que un niño de 18 meses no quiera prestar sus juguetes, no presupone que será un niño de 7 años egoísta. Se trata, más bien, de comprender las etapas de desarrollo y las necesidades que implican. Respetarlas será una condición para que esas cualidades innatas se desplieguen.
Una criatura en conexión con su verdadera naturaleza podrá encontrarse con el mundo que le rodea, con el otro, con confianza, alegría y apertura. Y puedo asegurar, después de años viéndolo, que la esencia de ese encuentro es de respeto, honestidad y autenticidad. Una celebración.
De ahí la responsabilidad e importancia del desarrollo en los primeros años de vida: serán decisivos para la construcción de aquello que nos define como seres humanos, en resonancia con aquello que realmente somos.