A favor de una tribu educativa
La educación puede ser una profesión muy solitaria; cuando cierras la puerta de tu aula, la responsabilidad del cuidado y del desarrollo de tu grupo es tuya, y pocas veces se comparte. Quizá tengas la suerte formar parte de una pareja educativa, y quizá tengas más suerte todavía y te sientas en sintonía con ella. Toda una lotería, no es nada fácil que así sea. De hecho, lo más frecuente es que haya puntos de vista muy distintos hasta en lo más básico (movimiento libre o no, fichas o trabajo por proyectos…) y eso puede ser muy desgastante… agotador.
Esta sensación de soledad se acentúa si anhelas formas más respetuosas de educar, porque, aunque cada vez somos más profesionales en esta búsqueda, lo cierto es que todavía somos pequeñas islas en un océano de ritmo frenético, programaciones inasumibles, castigos, gritos… estar solo en medio de un entorno tan poco humano puede ser desolador. Puede llevarnos, incluso, a sentir que nuestra intuición está equivocada, a rendirnos por el camino. Hace falta mucha fortaleza, pasión y conocimientos para emprender ese camino de revolución educativa una sola. Y hace falta algo más, que en educación es poco habitual: una red, una tribu.
“Si caminas solo llegarás más rápido, acompañado llegarás más lejos”
Ni siquiera creo que en la tarea educativa sea posible “caminar solo”, o no por mucho tiempo. O no, si no quieres dejar tu salud por el camino. Nosotros, al igual que los niños y niñas, también necesitamos sentirnos acompañados, necesitamos saber que formamos parte de un grupo humano que persigue lo mismo que nosotras, para tomar impulso, aliento. Para sentirnos sostenidas. Porque no se trata solo de compartir recursos, ideas de talleres o la última anécdota de aquel niño tan gracioso. Se trata de vivir, en primera persona, que otra forma de relacionarnos, de cuidarnos, es posible. Se trata de poder compartir cuánto te costó poner aquel límite, qué difícil te resulta encontrar la forma más adecuada de acompañar a aquella niña que parece tan enfadada, la alegría por ese niño que ha empezado a dejar el chupete. Un lugar en el que sentirte escuchada, en el que confirmes que aquella intuición no es solo tuya. Una tribu que te aporte ilusión cuando a ti te falta, o que comprenda tus ganas de tirar la toalla.
La gran mayoría de los alumnos del Curso Universitario en Pedagogía Activa y Transformadora se sienten así después de unos cuantos módulos; esa es una de nuestras intenciones: poner en contacto a profesionales comprometidos con la infancia, convencidos de que otra educación es posible. Por eso, entre otros motivos, seguimos apostando por la formación presencial; porque estamos convencidas de la necesidad, de la urgencia, de generar espacios de encuentro cálido, humano, cercano.
Ojalá sigamos descubriendo, juntas, maneras de encontrarnos, de compartir, de sostenernos… porque cuando lo de afuera “golpea” fuerte, es imprescindible un lugar-refugio. Un hogar. Ese desde el que luego volamos, revitalizadas y con la certeza de que, al cerrar la puerta de nuestra aula, ya no estamos tan solas.
Texto: Nuria Comonte.
Imagen: Autora desconocida.