Aprendizaje significativo

Aprendizaje significativo en verano

El aprendizaje significativo es aquel que nos permite relacionar nuevos conocimientos con lo que ya sabemos, lo ya conocido. Así, mediante un proceso que supone recibir la información, procesarla y establecer conexiones con conceptos previos, vamos generando una especie de “red” neuronal. Cuanto más tupida sea esta red cerebral, mayor será nuestra capacidad de razonamiento, empatía, resolución de conflictos, manejo de sus emociones… Ahora bien, ¿de qué depende la calidad de esta red?

– La cantidad de áreas cerebrales implicadas en los procesos de aprendizaje: cuantas más áreas estén en juego, mayor complejidad y riqueza en las conexiones neuronales.

– La relevancia real de los aprendizajes, que el niñ@ se sienta genuinamente interesado por ese conocimiento. Para ello, más que programar contenidos y actividades deberíamos estar a la escucha de los intereses de cada niño, de cada niña, y enriquecer el ambiente con propuestas y materiales, adecuados a su edad.

Tiempo, tiempo, tiempo… suficiente para establecer esas conexiones, para hacerse preguntas, para “no hacer”, para aburrirse…

– A partir de los 7-8 años, los aprendizajes elaborados en grupo adquieren una especial relevancia.

– “Sin emoción, no hay aprendizaje”, es decir, los conocimientos deben estar acompañados de asombro, ilusión. Ahora bien, no pensemos que para ello hacen falta “fuegos artificiales pedagógicos”, nada más lejos. La propia vida, con sus experiencias cotidianas y el contacto con la naturaleza son una fuente inagotable de oportunidades de descubrimiento.

-Aprendizaje a través de la vivencia: no aprendemos tanto de lo que escuchamos como de lo que vivimos, de la experiencia real. Nadie aprende “en cabeza ajena”

 

EL APRENDIZAJE SIGNIFICATIVO NO SE CREA ARTIFICIALMENTE SINO QUE SE ALIENTA

Teniendo esto en cuenta, no se trata tanto de que generemos situaciones artificiales para el aprendizaje significativo sino, más bien, de que cuidemos las condiciones para que este aparezca. Para ello, podemos tomar en cuenta, además de lo que ya hemos señalado:

Materiales y propuestas adecuados para su edad e intereses: ponerlos a su alcance, acercarnos juntos para descubrirlo.

Presencia: puede parecer extraño, pero uno de los ingredientes para el aprendizaje autónomo es que el niño, la niña, se sientan acompañados, vistos. Para que el niño se sienta confiado e impulsado hacia nuevos descubrimientos debe sentir, profundamente, que su pilar emocional es estable y confiable. Es decir, una niña que ha construido un apego suficientemente seguro con sus padres (y con las maestras, en segundo término), tendrá más facilidad para explorar las posibilidades que el entorno le ofrece.

– ¿Y si aprender fuera como jugar?: El juego es una actividad espontánea, libre, sin objetivo. ¿Y si el pudiéramos vivir el aprendizaje de la misma manera? Como algo por descubrir, más que una meta que alcanzar; por el propio placer de hacerlo, con todo lo que ello supone y permite. Con alegría, ilusión, entusiasmo… ¿es posible aprender así? ¡sin duda!

Por mucho que a nuestras mentes escolarizadas nos cueste comprenderlo, es posible (y deseable) un aprendizaje placentero, relajado, alegre.

Si hemos conseguido asimilar conceptos a pesar de los exámenes, los castigos, la presión externa, las prisas, los métodos deshumanizados, ¿cómo sería aprender, precisamente, desde ese otro lugar?

Por eso, no debería preocuparnos tanto cómo conseguimos que los niños aprendan durante el descanso veraniego sino cómo llevar las condiciones de este tiempo al resto del curso escolar: el tiempo, el disfrute, el encuentro, la riqueza y variedad de experiencias o el contacto con la naturaleza, entre otras.

Y después, el aprendizaje inevitablemente aparecerá.

Más vivo, profundo, conectado.

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Porque otra educación es posible.

Y urgente.

 

 

Texto: Nuria Comonte

Imagen: autora desconocida.



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