La clave de cualquier método educativo
Estamos en un mundo educativo y de crianza de recetas rápidas, que funcionen. Como si los niños y niñas fueran una lavadora. Y nos desesperamos porque “he probado aquello que ponía en el libro X y no me ha funcionado”.
No ha funcionado y no va a funcionar. Por suerte. Porque falta la pieza fundamental: faltas tú. Falta tu presencia. La tarea educativa es, ante todo, un encuentro humano; de tú a tú. Y el ser humano es complejo, maravillosamente complejo. No podemos esperar encontrar las respuestas sobre cómo acompañar a un niño en determinada situación sin mirarlo a él, preguntándonos qué necesita. Pero en vez de eso buscamos en libros y reels de Instagram. Y así, en parte, nos sacamos de la ecuación, lo que solo hace más difícil que encontremos la manera de responder adecuadamente ante esa situación.
Lo primero que ese niño necesita es conectar contigo. Sea lo que sea lo que esté pasando, esa es la ventana desde la que podrás asomarte para leer sus señales e interpretarlas. Con curiosidad nos preguntamos: ¿qué necesita este niño de mí ahora? Esta debería ser una de las primeras claves de la educación y de la crianza, y solo podremos responder a ella gracias a esa conexión afectiva con él. No hay otro camino, no hay atajos.
Hay varios motivos para ello. El primero, como decía, es que solo a través de esa conexión relacional podemos ver esas señales que ellos están emitiendo en forma de conductas. No se trata de entenderlas, de comprender por qué están de esa manera, que nos cuenten qué les pasa… poner demasiada cabeza en este proceso, en realidad, nos aleja de lo que estamos intentando conseguir; recuerda, se trata de conectar emocionalmente, no mentalmente. Eso podríamos llamarlo una pseudo-conexión, que lo parece, pero no lo es.
Ayer, en una escuela de familias en un colegio, preguntaba cuándo se han sentido respetadas, cuidadas. Muchas de ellas contestaron: cuando me escuchan, cuando me acompañan en silencio. Seguramente la verdadera conexión tenga mucho que ver con esto: con el silencio, la acogida del otro (niño, adulto) esté como esté. No necesariamente con cualquier cosa que haga, como ya comentamos cuando hablamos sobre límites.
Otro motivo importante es que para que el niño pueda manejar lo que le está ocurriendo necesita sentirse sentido. Y, ¿qué quiere decir esto? Pues que él podrá sentirse, comprender(se) y desarrollar sus propios recursos gracias a esa imagen de sí mismos que le devolvemos a través de nuestra respuesta a su conducta. Los niños y niñas aprenden sobre sí mismos a través de la relación con el adulto: quiénes son, cómo merecen ser tratados, cómo funciona el mundo.
Así que podemos afirmar con rotundidad que la clave para cualquier actitud educativa es la conexión afectiva.
Claro, aquí nos encontramos con un nuevo obstáculo: ¿puedo conectar con el niño, la niña, si no he conectado antes, o también, conmigo misma? Vamos paso a paso, así que sobre esto hablaremos en otra ocasión. No dejemos que la mente se apropie de este proceso: somos seres relacionales, está en nuestra naturaleza construir encuentros afectivos. Más allá de los juicios y etiquetas que nuestra mente interpone delante del otro y que nos impide verlo realmente, hay una sabiduría innata que te mostrará la manera de conectar con tus alumnos.
Cuando lo hayas descubierto, lo sabrás.