La gestión emocional no es (solo) cosa de niños

Hace un tiempo ya hablamos de que, en el fondo, las emociones no pueden educarse sino que solo pueden ser acompañadas. Teniendo en cuenta el momento tan complejo que atravesamos, creo que es urgente seguir profundizando en un tema tan profundo como delicado.

Creo que, con demasiada frecuencia, las emociones y todo lo que (nos) traen, se nos hacen bola. Se nos atragantan. Es un terreno incierto, en el que vamos un poco a ciegas, dando nuestros primeros pasos de bebé. Por ejemplo, ¿cuántas palabras conoces, utilizas, para describir cómo te sientes? Más allá de enfadada, triste, nerviosa, molesta… ¿con qué otros adjetivos pones detalle a lo que te invade por dentro? Como sabemos, no nombrar algo es un intento de hacer como si no existiera: cuando no puedo encontrar una palabra que defina cómo me siento, con más o menos acierto, es como si evitara mirarlo, atenderlo, comprenderlo. Pero existir… existe, vaya si existe. Ese malestar que somos incapaces de nombrar nos va invadiendo y ocupando demasiado espacio dentro de nosotras. Hasta que se hace tan grande, tan insoportable, que no podemos seguir mirando a otro lado. O se convierte en un dolor de espalda, una molestia en el estómago, una jaqueca… el cuerpo, en su sabiduría, encuentra la manera de pedir ser escuchado.

Incluso, vayamos un paso atrás ¿te das cuenta, percibes, cuando sientes una emoción? Muchas veces ni siquiera eso. Ni nos damos cuenta. Porque lo tapamos, lo escondemos detrás de una montaña de tareas, de las prisas, de las pantallas. Pero esa emoción sigue allí, esperando ser vista y reconocida. Nombrada.

Y mientras, casi como si tuviéramos cierta discapacidad emocional, intentamos hacer lo mejor posible para nuestros alumnos, nuestros hijos e hijas. Con la mejor de nuestras intenciones, les guiamos en ese mundo emocional que empiezan a descubrir. Y eso lo hace todavía más complejo porque son sus primeras experiencias; sus primeros llantos, frustraciones, asombros. Y ellos sí que no pueden (todavía) nombrarlas. ¿Cómo podemos estar a su lado en esos momentos? Empecemos por aquello que podríamos tratar de evitar:

¿Qué podemos evitar en el acompañamiento emocional?

Ridiculizar: es un modo de humillar al niño, de mal-tratarle. Su emoción merece tanto respeto como la de cualquier adulto. Ni un gramo menos.

Minimizar: hasta los 4-5 años los niñ@s no tienen la madurez cerebral suficiente para empezar a manejar sus emociones. Literalmente, no pueden hacerlo. Así que cuando una criatura está invadida por la emoción puede hacer poco para “controlarla”. Poco a poco, según vaya desarrollándose su sistema nervioso, y con un acompañamiento respetuoso y cercano, irá encontrando herramientas para transitar sus emociones.

Distraer: es más sutil que las anteriores, pero puede ser potencialmente dañina. El niño, la niña, recibe el mensaje de que debe ocultar lo que está sintiendo, que es algo poco importante para sus adultos de referencia, que no tiene valor. Y de aquellos polvos, estos lodos: cuando crecen, ya adolescentes, nos quejamos de que no nos cuentan, de que no sabemos nada de ellos, de que parece que nada les importa. Una niña que ha sentido que su mundo emocional era visto y comprendido por los adultos de su entorno, sentirá que “tiene algo que decir”, que lo que le sucede, lo que siente, es relevante y merece ser escuchado y atendido. No podemos ofrecernos la atención y el cuidado que no nos dieron en la infancia. O sí podemos, después de un camino de crecimiento, de desaprendizaje. Ojalá los niños de hoy no tengan que reparar sus infancias mañana.

Podríamos preguntarnos por qué empleamos todas estas estrategias para que esa emoción de cualquier niño acabe cuanto antes, si sabemos que pueden tener consecuencias negativas después. Quizá no te sorprenda descubrir que precisamente aquellas emociones que más nos cuesta ver en los niños/as son aquellas que menos aceptamos en nosotras mismas: ese enfado que no te permites, el llanto que no dejas salir, la frustración que no puedes mirar. Por eso podemos decir que “los niños vienen a llevarnos donde nosotros solos no llegamos”. Porque si encontramos la manera, quizá torpe, de acercarnos de otra manera al mundo emocional de niños y niñas, estaremos también abriendo una puerta para entender mejor el nuestro propio.

¿Por dónde empezar? Quizá tratando de evitar las tres actitudes que hemos señalado, también, hacia nosotras mismas: no minimices, ridiculices ni distraigas tu propia expresión emocional. Inténtalo, aunque solo sea durante unos minutos. Escúchate cuando te dices: “hay que ver cómo te pones por nada”, “no es para tanto, eres una exagerada” o “anda, no llores, que te pones muy fea después”. Trata de imaginar, ahora, qué le dirías a una amiga que está pasando por un momento así; ¿cómo le hablarías? ¿qué palabras encontrarías? Reúne toda esa dulzura, comprensión y amabilidad y dirígela a ti misma. Como si fueras tu mejor amiga. Aquello que ojalá nunca hubiéramos dejado de ser para nosotras mismas.

 



Enviar mensaje
¡Si tienes dudas, escríbenos!
Escanea el código
La Semilla Violeta
¡Hola! Somos Fernanda y Nuria, estaremos encantadas de contestar a tus preguntas.