LAS EMOCIONES NO SE EDUCAN, SE ACOMPAÑAN
Es frecuente oír hablar de la importancia de la “educación emocional” en la infancia, pero… ¿se puede realmente educar las emociones? Una emoción es una respuesta adaptativa de nuestro organismo al entorno que nos rodea y aparece de modo repentino, brusco. Como adultos, después de una vida de experiencias y vivencias, somos capaces de no dejarnos llevar por ciertas emociones, al menos, la mayor parte del tiempo… pero también es muy frecuente presenciar explosiones de ira, de enfado, y vivimos en un estado de malestar casi permanente.
Educar las emociones es sinónimo de esconderlas debajo de la alfombra, mirarlas solo de reojo e intentar domesticarlas; es entonces cuando dejan de tener un verdadero valor y, con el tiempo, acaban estancándose y generando tensión, una sensación permanente de insatisfacción e incomodidad. Solo podemos asumir y hacernos cargo de aquello que vivimos con toda su verdad así que, si anhelamos adultos en equilibrio, que se sientan plenos, dejemos a los niños de hoy atravesar esas emociones que les atrapan.
Evitemos juzgarlas, distraerles, minimizarlas, ridiculizarles… Un niño enfadado, una niña triste, piden, en esencia, ser aceptados, acogidos, sin más; porque ellos no sólo expresan una emoción sino que SON esa emoción y al intentar que dejen de sentirse de ese modo, en definitiva, reciben el mensaje de que ellos mismos no son adecuados.
¿Cuál es la gran dificultad? Que nosotros mismos, la mayor parte del tiempo, estamos escondiendo nuestra verdadera emoción para adaptarnos a un entorno exigente, vertiginoso, que aparenta una felicidad constante, pero tan inestable que parece que no puede permitirse la expresión real de nuestras emociones. ¿Qué es lo que tememos?
Tengamos la valentía de mirar a los ojos a nuestro miedo, esa profunda tristeza, ese enfado… También nosotros necesitamos ser acogidos y aceptados tal cual nos sentimos para, en el fondo, dejar de sentirnos inadecuados e incompletos.
Nuria Comonte