PERO, ENTONCES…¿QUÉ HACEMOS?
Vamos a ir deshojando, cual margarita, qué es eso de “acompañar a la infancia”: qué significa, qué implica, qué conlleva. Una de las primeras preguntas que surgen al transitar este cambio de mirada y de hacer hacia la infancia, puede ser: si no proponemos, dirigimos o motivamos explícitamente, entonces… ¿qué hacemos?. Este es uno de los primeros obstáculos que nos encontramos: estamos tan habituados a “hacer” que nos cuesta incluso la idea de “solo estar”. Quizá arrastremos esto desde nuestra infancia, momento en que hemos podido escuchar “¿qué estás haciendo ahí quieto?, ¿no vas a hacer nada?” y el adulto que hoy somos, se inquieta y se revuelve ante esa aparente pasividad. Aparente porque el adulto está en realidad muy activo mientras acompaña a los niños y niñas desde este lugar más respetuoso: observa, anticipa situaciones posibles, toma decisiones sobre cuándo y cómo intervenir, ofrece seguridad, confianza y sostén emocional, pone límites… Así, si conseguimos aquietar ese impulso en nosotros, se nos muestra una variedad de posibilidades y de matices que de otro modo podrían pasarnos desapercibidos.
Detengámonos en la observación que es, quizá, una de las tareas principales en el acompañamiento. ¿Qué podemos observar? Solo por poner algunos ejemplos, veamos en qué podríamos fijar nuestra atención al mirar a las niñas y niños: su tono muscular, su postura corporal, sus gestos, expresión facial, cómo es su lenguaje, su tono de voz. Cuál es su estado de ánimo, si está cansada o siente malestar, a qué prefiere jugar, si es un juego solitario o en compañía, con qué tipo de actividad disfruta más, qué despierta su interés, cómo es su relación con el adulto, en qué momentos puede mostrarse más irritable, qué suele hacer cuando se enfada…
Ahora bien, la cuestión no es solo qué observar sino cómo hacerlo: deberíamos buscar hacerlo con el menor juicio posible, dejando a un lado nuestra carga como adultos que nos lleva a dividir el mundo entre bien/mal, bueno/malo, lo que deja a un lado la inmensa variedad de colores, de matices, que nos ofrece la infancia, la propia vida. ¿Y si probamos a no hacer mucho caso a ese juicio? ¿Y si intentamos, “solo” observar? Es sin duda un reto, pero puedo asegurar que está lleno de alegrías y belleza: abrirnos a la observación amorosa, contemplativa, que puede acoger al niño tal cual es y tal cual se muestra.
Nuria Comonte