crianza respetuosa

POR UNA CRIANZA CENTRADA EN LA RELACIÓN

En los últimos tiempos, muchas mamás y papás hemos optado por criar de una manera cercana, amorosa, asegurando el vínculo y apego del bebé con un adulto de referencia lo más disponible posible. Muchas veces, esa elección se sostiene remando contracorriente, ya que la propia familia, vecinos y sociedad en general suelen cuestionar que “ese bebé está en brazos demasiado tiempo”, “pero si acabas de darle de mamar, ¿por qué le das de nuevo?”, “deberías salir más, el bebé se adapta a dónde estés” (refiriéndose a espacios con muchos ruidos, luces, etc), “pobrecito, pero ¡dale la mano para que camine antes!”, etc. Creo que tod@s sabemos a qué me estoy refiriendo. Y estoy totalmente convencida de que es necesario apostar por una crianza consciente y amorosa, en la que los niños y niñas tengan sus necesidades básicas atendidas: alimento, calor, cuidados, amor, ambiente relajado, entorno adaptado a su momento evolutivo.

Pero hoy quisiera compartir una reflexión que llevo un tiempo haciendo: y es que muchas, muchísimas veces, terminamos agotad@s en esa noble función, sobretodo las mamás. Entre las múltiples tareas diarias que conllevan tener un hij@ (cambiar los pañales, alimentar, limpiar, llevar y traer, y un sinfín de cosas bastante invisibles a ojos de la sociedad), más sostener emocionalmente las situaciones de límites, frustraciones, enfados, conflictos, aparte de trabajar también fuera de casa, en el caso de las mujeres que opten por ello, llegamos a fin de día con un desgaste inmenso que se va sumando, día tras día tras día, sin encontrar el mejor momento para cuidarse, parar, descansar. Sobretodo en los casos de mujeres que no cuentan con sus familias cerca, que son muchas, o que no tienen una red de apoyo con quien compartir las pequeñas y grandes cosas de la maternidad.

En esa rutina de entrega total, las mujeres vamos perdiendo fuerza lentamente, sin percibir que algo dentro se va apagando en el camino. Con frecuencia, la alegría de los primeros años da lugar a una especie de resentimiento por sentirse esclavizada de lo que inició siendo un acto de amor profundo y desinteresado. Y nos secamos, se vacía la capacidad de nutrir que tanto nos caracteriza. Ya no recordamos bien quienes éramos y cómo cuidarnos mientras cuidamos a otro(s). En ocasiones, incluso la salud física pasa factura y nos hace un llamado de atención.

Me pregunto, sin renunciar a la crianza consciente, si sería posible que empecemos a pensar no solo en el bebé sino en la relación que nos une. ¡Somos, nosotras, un elemento esencial en esa relación! y si no sabemos cuidarnos, tanto el niñ@ como la propia relación se ven afectados. Pero en esta sociedad y cultura, las madres nos sentimos culpables por pensar en nosotras mismas, por dormir un rato cuando estamos cansadas, por decir que no vamos a jugar en ese momento, o por buscar espacios de silencio y soledad fuera del ámbito familiar. Como si cuidarse fuera lo opuesto a cuidar al otro, ¡cuando realmente es la base y sostén del cuidado hacia fuera!

Quisiera proponer, en vez de una crianza que sólo mira la criatura y sus necesidades, una crianza centrada en la relación, en la que el adulto está presente y disponible al niñ@, a la vez que está conectado consigo mismo y con sus necesidades como ser humano, ¡las que sean!. Jose M. Toro (ponente en el Curso Pedagogía activa y transformadora) dice que cuidarse a uno mismo es el acto más altruista que podemos hacer, porque así libramos a los demás de la responsabilidad de cuidarnos y de atender nuestras necesidades insatisfechas.

¿Os imagináis el inmenso poder que tendremos si estamos disponibles desde el SER, desde ofrecer nuestra presencia completa, y no desde “los restos” que van quedando después de años sin mirarse? Sigamos mirando a l@s niñ@s, ¡si!, pero a nosotras mismas también; pongamos en el centro LA RELACIÓN que nos vincula y que nos constituye como personas, es el mayor regalo que podemos hacer a nuestras criaturas.

Fernanda Bocco



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