¿CUÁNTO CUIDADO ESTÁS DISPUESTA A RECIBIR?
Hoy día muchos adultos (madres, padres, maestras, educadoras…) tratamos de ofrecer a niños y niñas la atención, el cuidado y el respeto que, probablemente, nosotros mismos no recibimos durante nuestra infancia.
¿Cómo cambiar un pañal con mimo cuando nuestro cuerpo está lleno de memorias de descuido y desatención?, ¿cómo aceptar el enfado de nuestra hija si a nosotros nos negaron la posibilidad siquiera de mostrarnos en desacuerdo con papá y mamá?, ¿cuánto tiempo podemos “soportar” el llanto de ese niño si nuestras lágrimas eran secadas al compás de un “deja de llorar, pareces un bebé”? Es una tarea inmensa, gigantesca, titánica, que por momentos nos supera. Nuestros padres lo hicieron tan bien como supieron, como pudieron, al igual que
nosotras. Es un camino de intentos, meteduras de pata, dudas e incógnitas, en el que ojalá no nos dejemos a un lado a nosotras mismas. Nos faltan referencias en nuestra piel y palabras para acogernos, pero echamos mano de la creatividad allí donde nuestra vivencia no nos alcanza. ¿Puedes ofrecer a tus alumnos la paciencia que no tienes contigo?, ¿puedes hacer espacio a sus fallos, si tú misma no te permites el más mínimo error?
Por fortuna, estar con niños y niñas nos ofrece nuevas oportunidades cada día para intentarlo una vez más. Como si fuera la primera. Como si fuéramos bebés que intentan mantenerse de pie después de caerse al suelo varias veces. Un nuevo desayuno, un momento nuevo de baño, otro momento de ir a la cama. Ellos, en su infinita generosidad, nos esperan, nos están esperando. La pregunta hoy es: ¿puedes esperarte tú también? ¿puedes mirarte con paciencia, cuidar tu cuerpo con delicadeza, abrazarte con comprensión? Tú también te mereces ese trato delicado y tierno, por más que te hicieran sentir lo contrario.
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Texto: Nuria Comonte.
Imagen: Autor desconocido.