LAS MEDIDAS SANITARIAS Y LA INFANCIA: reflexiones para mantener la salud física y emocional de los más pequeños
Acaban de empezar las clases, después de algunos meses de vacaciones y otros tantos de confinamiento. Las niñas y niños vienen llenos de nuevas historias para contar, situaciones que han vivido, algunas agradables y otras no tanto… pero sobretodo con ganas de volver a ver sus amigos, maestros, el aula, el patio, todo aquello que les es familiar y, de algún modo, reconfortante. Pero se encuentran ante una realidad muy cambiada con relación a sus recuerdos: el espacio no es el mismo, los adultos no están de la misma manera, el juego y las demás actividades ya no ocurren como antes… ¿Es posible amenizar, de alguna forma, este contexto que les ha tocado vivir?
Es fundamental que tomemos consciencia de las repercusiones que tiene toda esta alarma social en la salud física y emocional de todos, especialmente de los más pequeños. El estrés, el miedo, la ansiedad, la desconfianza y la inseguridad generan un ambiente cargado de tensión y frustración. Entre tantas medidas por cumplir, tantas exigencias por parte de las familias y de la sociedad, parece que quedó en un segundo plano la labor educativa de las escuelas; se nos olvidó lo más importante, que es… ¿qué era?
Recordemos. Somos seres relacionales, y eso significa que aprendemos, somos y nos construimos en relación con nuestros semejantes y con los adultos de referencia, a lo largo de la infancia. Infelizmente, muchas de las medidas actuales inciden justamente en ese punto, dificultando o impidiendo que podamos relacionarnos con naturalidad, espontaneidad, confianza, cercanía… en fin, con todo aquello que nos es tan necesario para sentirnos bien, sanos y relajados ante la vida. Cuando limitamos el contacto interpersonal, el movimiento y la exploración de objetos y del mundo, estamos limitando también el propio desarrollo motriz y neurológico, ambos necesarios para el aprendizaje y para todas las actividades cognitivas. Es decir, a día de hoy, es muy difícil que en la escuela se den las condiciones mínimas necesarias para que sea posible aprender… Paradójico, ¿no?
¿Entonces, como adultos que acompañamos, qué podemos hacer si tenemos que cumplir con esas medidas que dificultan la tarea educativa en toda su amplitud? Nos gustaría compartir algunas breves ideas y reflexiones por si nos dan pistas que ayuden a paliar los posibles efectos nocivos de las mismas sobre niños y niñas:
1) Lavado de manos: no es lo mismo que obliguemos a 4 o 5 lavados de manos de forma ansiosa, transmitiendo miedo y la noción de que toooodo lo que tocamos nos puede transmitir enfermedades. Esto lo único que hace es generar comportamientos obsesivos con la limpieza, de manera generalizada. Como adultos, podemos explicar el lavado de manos de manera sencilla y, sobretodo, acompañar con tranquilidad, haciendo de ese un momento placentero más que una obligación y motivo de miedo a todo lo que antes era motivo de disfrute y juego.
2) Limpieza del espacio: la desinfección constante de espacios y la sobreutilización de productos químicos debilita el sistema inmune, aparte de transmitir una idea de que el ambiente es potencialmente peligroso y dañino y debe ser esterilizado hasta la exhaustión. Este tipo de vivencias son la base de algunos trastornos mentales como el obsesivo-compulsivo, por ejemplo, y un caldo de cultivo para generar o empeorar estados de ansiedad, depresión o fobias diversas relacionadas con la suciedad. Al igual que con el lavado de manos, se puede mantener un espacio limpio sin transmitir que toda y cualquier suciedad es una amenaza.
3) Uso de mascarillas: si es de uso obligatorio en las aulas, al menos que haya un espacio y momento en que los niños se puedan ver entre ellos y ver al adulto sin mascarilla. Algunos maestros han enviado un vídeo antes del inicio de curso para que su grupo pudiese verle la cara “al completo”, por ejemplo, generando confianza y seguridad en esa relación. Aparte de eso, incluso para los adultos puede resultar incómodo el uso continuado de la mascarilla, por lo cual es importante que si un niño se la toca o la mueve no sienta que el mundo se va a acabar en ese instante por su “incumplimiento”. Es neurologicamente imposible pedir ese grado de auto-control y auto-consciencia a niños y niñas hasta los 10 años… Podemos recordar las normas de ese espacio de manera suave y no punitiva, haciendo más posible que, gracias al vínculo con el adulto, el niño pueda lentamente interiorizar lo que se pide de él.
4) Exploración del ambiente: sobretodo para los más pequeños, la exploración del ambiente es una de las tareas más importantes para una buena coordinación motriz gruesa y fina, también para conocer su propio cuerpo y ejercitarlo en todas sus capacidades. Si esta exploración se ve coartada sistemáticamente por miedo al contagio, estamos afectando gravemente su motricidad y su necesidad de aprender sobre lo que le rodea. De esa forma, limitamos también la cantidad de estímulos y vivencias a las que tiene acceso, empobreciendo considerablemente el desarrollo de su cerebro. Sabiendo la importancia de esta actividad exploratoria, seguramente podemos crear espacios y momentos, a lo largo del día, dónde se pueda dar ese movimiento autónomo y seguro. En el caso de los niños mayores, sigue siendo primordial que salgan a la calle para jugar, moverse, hacer ruido… cuando limitamos exageradamente esas salidas por miedo, estamos induciendo a sentimientos de inseguridad generalizada que pueden llevar a que los niños sólo se sientan seguros en casa. Llevado a un extremo, esto puede ser la base para una futura agorafobia, un miedo irracional a salir en espacios abiertos.
5) Contacto interpersonal: si los seres humanos nos sentimos aislados de los demás, nos quedamos sin atender una necesidad básica que es la de pertenencia. ¡Necesitamos un grupo! Cuando los mensajes que nos llegan incitan a la desconfianza permanente hacia los demás, porque son vividos como un peligro, ¿qué pasará con el desarrollo de las habilidades sociales tales como la generosidad o la empatía? Si no ven a adultos ayudando a un vecino, o tendiendo la mano a alguien que lo necesita, ¿cómo podrán interiorizar esas actitudes? Las relaciones personales se ven desvitalizadas y vaciadas de sentido si no las cuidamos y nutrimos… estamos diseñados, como seres sociales, para interactuar constantemente con nuestros iguales, ¡sobretodo en la infancia! El cumplimiento de las medidas de distancia física no se puede hacer de manera que dañe permanentemente esa capacidad y necesidad humana de tocar y sentir.
Este texto no pretende debatir el COVID 19 ni las medidas que se están aplicando en diferentes lugares del mundo, porque entendemos que hay una inmensa diversidad de opiniones y vivencias sobre ello. Sencillamente queremos poner el foco en lo que SI se puede cambiar: y es la manera cómo hacemos cumplir esas medidas en el día a día de escuelas, institutos, en los hogares y hasta en la calle. Incluso en esta realidad que estamos viviendo, es posible, ¡y necesario!, seguir poniendo a las personas y las relaciones en primer lugar para que no terminemos matando precisamente todo lo que nos caracteriza como seres vivos y humanos. ¡Nada menos que nuestro devenir está en juego!
Fernanda Bocco