Cambio de pañal

¿Qué necesitan los bebés en sus primeros años de vida? (II)

En una entrada anterior nos asomábamos al valor y trascendencia que tienen los primeros años de vida de un bebé; las bases de su desarrollo psicomotor, cognitivo, emocional y relacional se asientan en esas primeras experiencias vitales. Hoy vamos a detenernos en qué podemos tener en cuenta, como adultos/as, para favorecer la expresión de su máximo potencial, desde el mayor bienestar posible.

EL CAMBIO DE PAÑAL, LA COMIDA, EL BAÑO…

Los momentos de cuidados cotidianos son la oportunidad única para cultivar una relación de calidad con el bebé. Antes de nada, se hace esencial considerarlo como un ser capaz de colaborar, de expresar, de participar… es decir, dejar de verlo como un “objeto” que recibe pasivamente nuestros cuidados y empezar a mirarlo como un sujeto con capacidades, preferencias, sensibilidad. Este es un paso fundamental, imprescindible, del que dependerá en gran medida la imagen que el niño/a se construirá de sí mismo. ¿Tengo capacidad para “impactar” en el mundo? ¿lo que hago es suficiente para recibir un cuidado amoroso? ¿merezco ser tratado con atención y mimo? Muchas de estas grandes preguntas que con frecuencia son el origen de futuras heridas adultas empiezan a responderse en estos primeros años, a través de estas primeras experiencias de cuidado.

De ahí la importancia de darle a estos tiempos la relevancia que tienen: el baño, los cambios de pañal, las comidas, los momentos de descanso y sueño… prestemos especial atención a la manera en la que tocamos sus cuerpecitos, los tiempos de espera que somos capaces de ofrecerles, el modo en que los cogemos en brazos, etc. Todos estos detalles transmiten al bebé, queramos o no, una información que se irá grabando en ellos y creando una imagen mental, un modelo, sobre el que construirán su forma de estar en el mundo. Por supuesto, este modelo es algo vivo y se verá influido y alimentado por posteriores vivencias, pero los mimbres se establecen ya en estos primeros años.

Ojalá estos momentos dejen de ser considerados la transición hacia lo que “de verdad importa”, como si siempre hubiera algo urgente esperándonos. Ojalá podamos convertirlos en momentos de disfrute para bebé y adulto, oportunidades únicas para nutrir esa relación privilegiada.

EL JUEGO Y LA ACTIVIDAD ESPONTÁNEA

Es otro de los pilares sobre los que se sostiene el bienestar del bebé: el tiempo que puede explorar sus posibilidades motrices, su propio cuerpo, descubrir los objetos que ponemos a su alcance. Poco a poco irá ampliando ese círculo de investigación a todo cuanto le rodea; no hay límite para su interés.

Esta capacidad ilimitada de asombro es genuina de los niños y niñas, del ser humano. Es innata, nacemos con ella y, por tanto, no es necesario motivarla ni animarla desde fuera. No hay nada que empujar o que extraer en ellos; se trata más bien de preservarla, protegerla, cuidarla.

Preparar un ambiente adecuado que permita el despliegue de este potencial es, en el fondo, responder a esa necesidad profunda del bebé. No se trata de incentivar artificialmente su creatividad, su capacidad de aprendizaje, los hitos del desarrollo motor (sentarse, ponerse de pie, caminar…); preparar un lugar adecuado es una muestra de respeto hacia el bebé y su bienestar. Los juguetes que le ofrecemos, el material del que están hechos, cómo los colocamos, la superficie sobre la que juegan, entre otros muchos factores, deberían responder a sus necesidades, intereses y momento de desarrollo. Es decir, se trata de que el ambiente sea adecuado para el bebé y no de que el bebé se adapte, como pueda, a ese entorno.

Ahora bien, nuestro acompañamiento no termina ahí, ya Mauricio y Rebeca Wild mencionaban que “el mayor peligro activo de un ambiente es el adulto”. Nuestras expectativas y juicios también forman parte de ese ambiente que les ofrecemos y debemos estar atentas para evitar proyectarlas en ellos; se trata más de un “desaprender” que de intervenir. De estar a la escucha y disponibles más que de hablar, hacer, interrumpir e interferir en su tiempo de juego espontáneo. Sin duda, lo primero es mucho más difícil que lo segundo; es todo un reto, la inercia es demasiado fuerte. Porque, ¿cuántas veces nos hemos sentido en compañía de alguien que estaba presente para nosotros, sin que nos juzgara por cómo nos estábamos sintiendo? ¿en cuántas ocasiones hemos podido experimentar esa atención incondicional, abierta, comprensiva, empática? Los bebés necesitan eso mismo: una base segura a la que volver que, al mismo tiempo, sea una plataforma desde la que volar.

 

Texto: Nuria Comonte

Imagen: Autora desconocida



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