El llanto como oportunidad
Llantos de rabia, de frustración, de despedida, de alegría, por un dolor físico… la lista de aquello que puede despertar un llanto sería (casi) interminable y, más aún, personal; a cada una, cada uno, le conmueve algo diferente. Pensando sobre ello, me pregunto, más bien, si no será que hay algunas situaciones antes las que, convencionalmente, hemos decidido que está permitido llorar. Permitido en oposición a prohibido, mal visto, negado, reprimido, castigado. ¿Cuántas veces, de niños, habremos sentido algo así en un momento de llanto? ¿cuántos “no llores”, “qué fea te pones cuándo lloras” “los niños mayores no lloran” nos habrán dicho, con la mejor de sus intenciones, nuestros padres y madres? Y qué difícil es, después de décadas de condicionamiento, deshacernos de toda esa narrativa y construir una nueva. Hacer espacio, dentro de nosotras, a ese llanto que emerge, a esa emoción que pide nuestra atención. Darnos el permiso, tomando responsabilidad, hoy, como personas adultas que somos, de nuestra emoción contenida. De nuestro cuerpo-emoción.
El llanto y las emociones
Imagino ese cuerpo-emoción como un cuenco que se va llenando, poquito a poco, casi cada día, de todo aquello que no nos permitimos sentir y va ocupando lugar en nuestros músculos, en nuestras vísceras, nuestra piel. Y el día menos pensado, quizá ante un pequeño golpe en la rodilla, o la cazuela con las lentejas quemadas, ahí sí, de una vez por todas, aparece nuestro llanto. Incontenible, inesperado, rotundo. Y nos sorprendemos pensando, diciendo “hay que ver, si tampoco es para tanto. Cómo me pongo por nada”. Y el llanto se nos repliega para adentro y, con él, nuestra auto-compasión, nuestro autocuidado. Y vuelta a empezar.
El llanto en los niños y niñas
Por suerte, los niños y niñas suelen tener mayor acceso al llanto. Se les impone como una necesidad básica, irreprimible; de bebés, es su forma de comunicar, de comunicarse. Tan esencial como eso. Se ha demostrado que las lágrimas, en su perfección, son diferentes según el motivo que las desencadena, porque a través de ellas expulsamos, también, sustancias químicas. También es común que un llanto (infantil o adulto, esto no entiende de edades) comience por un motivo y nos permita conectar con algo antiguo, olvidado quizá. Para esa limpieza profunda, claro, tenemos que permitir el llanto, acompañándolo de cerca, sin interrumpirlo. Con dulzura, comprensión, presencia. Como lo que es: un tesoro preciado e íntimo, siempre disponible y liberador. Por eso, después, nos invade una calma suave, benévola, necesaria. Como mecidos por la caricia de la aceptación y la ternura.
Nuria Comonte