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EL PODER DE LA ESCUCHA EN LA CRIANZA Y LA EDUCACIÓN

Solemos hablar mucho, las personas adultas. Forma parte de nuestro repertorio relacional, pero cuando se trata de acompañar la infancia, con frecuencia pecamos por exceso: damos largos sermones, explicaciones infinitas, aleccionamos con discursos, incluso amenazamos repetidas veces. En un estudio de Harvard del 2012, se descubrió que hablar de nosotros mismos, o desde nosotros mismos, genera el mismo placer que comer, recibir dinero o tener relaciones sexuales. Quizás eso explique la gran dificultad que nos surge cuando tenemos que escuchar a nuestras criaturas…

¿Cuántas veces nos están diciendo algo y hablamos por encima? ¿O sencillamente seguimos mirando el móvil? Por alguna extraña razón, creemos que lo que nos van a contar es algo “menor”, o sin importancia. “Pequeñeces”. Pocas veces abrimos el espacio necesario para acoger eso que traen, para mirar a los ojos y aprovechar la oportunidad para conectar, conocer mejor, reforzar el vínculo.

EFECTOS DE LA ESCUCHA EN LA SUBJETIVIDAD

Quizás actuamos así porque no sabemos la importancia que tiene la escucha a muchos niveles, sobretodo en la infancia. Cuando un adulto está a la escucha de un bebé, por ejemplo, consigue percibir su estado anímico y actuar como modelador del mismo. Si una mamá nota que el bebé está molesto, ajustará el entorno para reducir esa molestia (cogiendo en brazos, cambiando un pañal, dando de comer…). Esa respuesta hace que el bebé se sienta tenido en cuenta y percibido por su cuidador, lo que refuerza su sensación de bienestar, de conexión, y de sentirse capaz de generar cambios en su entorno. Es decir, siente que tiene un lugar, que el mundo es seguro y que, cuando necesario, alguien responde a sus necesidades.

A medida en que esa criatura crece, seguirá necesitando la escucha de una persona adulta para regular sus estados internos: una mirada reafirmante cuando está realizando una actividad de exploración le dará el permiso para seguir adelante, un abrazo cálido cuando esté sintiendo dolor o tristeza le dará el descanso necesario para recomponerse. También es a través de la escucha que podrá ir, lentamente, poniendo palabras a sus emociones, identificándolas y, mucho más adelante, aprendiendo a lidiar con ellas (esta es la base de la co-regulación).

Este mecanismo se conoce como especularización o reflejo, y es primordial en el desarrollo de la subjetividad humana. Sólo podemos construirnos como personas en la relación que establecemos con el otro. Por eso, Winnicott dice “no basta con que un niño nazca, hay que traerlo al mundo”, o sea, hay que inscribirle en un circuito afectivo y de comunicación para que nos hagamos realmente humanos. Si no hubiese un adulto que realizara esa labor, que escuchara y pusiera palabras a lo que experimentamos, devolviéndonos una imagen de lo que nos está ocurriendo, no estaría completa nuestra existencia en el mundo.

La escucha, por lo tanto, hace posible que a lo largo del tiempo se vaya construyendo un esquema interno (mental, emocional, físico) que es la base de nuestra subjetividad personal. A partir de ese esquema se va a diseñar el patrón básico desde el cual nos relacionaremos con los demás, con la vida en general, a lo largo de la infancia y también de la adultez. ¿Os imagináis que ocurriría si nuestras acciones o palabras no provocaran ningún efecto en el entorno? ¿Si cuando expresáramos algo nadie respondiera, si nuestras necesidades no fueran atendidas, si nadie nos tranquilizara lo suficiente para que pudiésemos confiar en el mundo como un lugar amoroso y seguro? Nos veríamos lanzados a una sensación sería de soledad, de abandono, de indiferencia, de desconexión; sentiríamos que no somos merecedores de formar parte, de aportar, de influir en la realidad que nos rodea. Bastante desgarrador, ¿verdad? Por favor, seamos conscientes de esta sordera automatizada que parece invadirnos últimamente, y pongamos corazón y oídos a las voces de la infancia para que los niños y niñas puedan vivir en bienestar, sostenidos por nuestra presencia y atención.

Texto Fernanda Bocco

Imagen: autor desconocido



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