educar en valores

¿ES POSIBLE EDUCAR EN VALORES? [actualizado 2022]

Lo que hemos vivido en los últimos años ha supuesto un fuerte impacto en la salud mental (así, con todas las letras) de muchos niños, niñas y adolescentes. Las cifras hablan por sí solas y, como escuchaba decir el otro día, cuando tenemos que tomar medidas relacionadas con la salud mental, ya vamos tarde. Porque que haya tanto sufrimiento entre muchos jóvenes y adolescentes de hoy habla, en gran medida, de la educación que recibieron cuando eran niñ@s.

Hoy, un día antes de que celebremos el día de la mujer, voy un paso más allá: gran parte de las desigualdades de género tienen, también, su origen y solución en la educación que la infancia recibe en sus casas y en las aulas.

Por eso, muchas veces se piensa en la educación como la llave para el cambio en las futuras generaciones.

La pregunta es… ¿qué educación?

En la mayoría de las aulas, se asume como casi imprescindible la llamada “educación en valores”, pero, ¿es realmente posible hacer algún cambio real a partir de contenidos, representaciones teatrales, celebraciones del Día de la Paz? Si una niña pasa su día inmersa en un entorno hostil (“como no te portes bien, me voy a enfadar contigo”), competitivo (“mira cuánto corre Fulanita, ¡venga, a ver si la alcanzas!”), en el que se normaliza cierta violencia (“son cosas de niños”), es difícil pensar que ciertas propuestas puntuales puedan compensar un vivencia cotidiana tan intensa y devastadora. Niños acelerados, irritables, que no nos escuchan, muy demandantes o ausentes, con escasa tolerancia a la frustración… son, en definitiva, el reflejo de lo que experimentan en su vida cotidiana, incluyendo a los adultos con los que la comparten.

No nos engañemos: lo que realmente siembra un cambio es la atmósfera que el niño respira a diario. Descubramos que más allá de la educación en valores, los niños y niñas (¡y nosotros!) necesitamos ambientes de mayor bienestar, basados en:

 

– Una comunicación respetuosa, que intente dejar de lado los juicios paralizantes.

 

Ritmos y rutinas amables, que tengan en cuenta a niñ@s y adult@s, con sus necesidades y momentos de encuentro. Buscar más tiempos de descanso (no solo durante el sueño) y de vacío, para que surja la creatividad.

 

Espacios mínimamente preparados, al menos, para acoger esas necesidades y facilitar el despliegue de capacidades e intereses.

 

Límites, normas y referencias que favorezcan la convivencia y un ambiente en armonía.

 

– Una relación respetuosa, cálida y cercana, que facilite el desarrollo de un vínculo sano y seguro que, a su vez, favorezca la exploración y el descubrimiento del mundo.

 

Revisar automatismos, creencias, inercias… Un adulto/a dispuesto a ahondar en sí mismo para impedir que su propia historia personal influya en su relación con ese niño/a.

 

La verdadera transformación sucede en la vida cotidiana: una niña que se siente respetada, en esencia y profundidad, se relacionará, de manera natural, desde el respeto y la empatía. Un grupo de niños y niñas que reciben atención y aceptación por ser quienes son, viven en su propia piel la educación en igualdad.

¿Un Día para la Paz o un aula en la que se respira calma?

 

La respuesta es clara, el reto inevitable y la posibilidad está en nuestras manos.

 

Nuria Comonte



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