Las preocupantes cifras de la salud mental y emocional de niños y docentes
Estos días he encontrado dos datos que, juntos, se entienden mejor.
Uno, sobre el empeoramiento de la salud mental de la infancia: están en claro aumento diferentes diagnósticos que señalan el frágil equilibrio del bienestar emocional ya no solo de los jóvenes sino de la infancia, hoy. Y más allá de los diagnósticos es evidente el creciente malestar de niños y niñas.
Aquí deberíamos hacernos algunas preguntas:
– ¿Sabemos reconocer cuáles son esas señales de alama? ¿no son acaso la desmotivación, la poca tolerancia a la frustración, las cifras de acoso escolar y de dependencia a las pantallas o el aumento del estrés infantil (sí: estrés infantil), claras muestras de ello?
Es relativamente frecuente que cuando ese malestar llega hasta sus peores extremos nos preguntemos qué ha pasado por el camino. Y debemos estar muy atentas a esas señales que no por cotidianas deberíamos normalizar. Otro día podemos detenernos en ello.
– ¿Podemos mirar esta realidad de frente y hacer lo que sea necesario? ¿o preferimos seguir mirando hacia otro lado, como si no fuera con nosotras, pasándonos la patata caliente para que explote en otras manos? Sé que es una pregunta incómoda. Y al mismo tiempo reconozco la urgencia de hacérnosla ahora, y de actuar en consecuencia. Niños y niñas no cesan de darnos señales de la emergencia del momento que están (que estamos) viviendo. Y necesitan que ocupemos el lugar que nos corresponde como adultas con un papel imprescindible en su desarrollo. Somos sus maestras y sus educadoras y necesitan que velemos por su bienestar.
Y sí, seguiremos reclamando la necesidad de un cambio educativo estructural que mejore las condiciones del profesorado, pero hoy esos niños y niñas te necesitan. A ti.
El otro dato que me puso los pelos de punta tiene que ver con los docentes: el 47 % dejaría su profesión. Y eso que más de la mitad llegaron a ella por vocación, porque les gustaba enseñar.
Pero están quedamos. Estamos quemados. Hartas de la falta de recursos, de la presión de unos y de otros, de dificultades cada vez mayores en el aula… muchas ya no pueden más. Quieren tirar la toalla. Y no nos podemos permitir perderlas.
¿Qué dice de un país que la mitad de sus docentes quieran dedicarse a otra cosa? Mucho y nada bueno.
Así que sí; este es el panorama.
Como decía, ambos datos se entienden mejor juntos: el sistema educativo, tal y como está montado no funciona para nadie. Ni para ellos ni para nosotras. Y seguramente tampoco para muchas familias o equipos directivos.
Esta es la realidad y no podemos caer en la ingenuidad de esperar a que esto se resuelva solo, o desde arriba.
La respuesta requiere de nuestra valentía, particular y como colectivo. Casi un acto de fe. De pensar, de sentir, que otra educación es posible. Y urgente. Y ponernos manos a la obra para hacerla realidad.
Si no eres tú, ¿quién?
Si no es ahora, ¿cuándo?
Nos va el futuro y el presente en ello.